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Escritos de Amigas de Feministas Lúcidas

La lengua materna con su alcance infinito, Ana Mañeru

La Lengua materna con su alcance infinito, Ana Mañeru Méndez.

Madrid- Santiago (Universidad de Chile), 13 de mayo de 2021

Gracias Andrea por invitarme a hablar. Es un honor y una alegría para mí poder  compartir esta clase con vosotras y vosotros.

Cuando tenía solo cinco años tuve que aprender un pequeño poema para recitarlo en público en el colegio de monjas al que asistí durante trece años. Iba disfrazada de carmelita descalza y representaba a la mística francesa Santa Teresa  de Lisieux. El poema, que no he olvidado nunca, decía así:

“Encontré un fácil atajo

para llegar a esta cumbre

y ardiendo en divina lumbre

¡aquí me tienes Señor!”

Pasé mucha vergüenza porque era tímida y lo sigo siendo. Pero a pesar  de eso lo recité firme, aunque estaba temblando por dentro como una que obedece (de ob-audire) que oye algo que está fuera y también dentro de sí, su destino, su vida. Desde entonces he tratado de responder a lo que oía lo mejor que he sabido, con temor reverencial pero también con ardor, con pasión. Han sido respuestas a las llamadas que me invitaban a alcanzar cada una de las cumbres que iba encontrando en el camino. La invitación de vuestra profesora Andrea Franulic Depix es una de esas llamadas a la que he respondido sin dudar. Así que ¡aquí me tenéis!

La cumbre de hoy es llegar de nuevo a la lengua materna, recuperar la que aprendimos de nuestra madre en los primeros años de una forma relacional y amorosa, no reglada, cuando ella o quien estuvo en su lugar, nos enseñó a hablar con placer haciéndonos viables en el mundo. Digo llegar de nuevo pues se trata de recuperar la lengua que ya teníamos, la que ella nos regaló. Es decir, se trata de  recuperar el cuerpo con su capacidad inseparable de hablar en lengua materna, que es la lengua en la que las palabras se corresponden con las cosas. Esta no es una tarea pesada ni larga ni difícil, como podrían hacernos creer muchos de los tediosos aprendizajes de reglas y normas gramaticales, que hemos recorrido desde la infancia para lograr lenguajes, que se dicen correctos pero no lo son. La nuestra es una tarea que, de hecho, es instantánea y luminosa cuando ocurre. Nunca termina y requiere comprometerte cada vez en la búsqueda del “fácil atajo” que es el del amor a la verdad. El atajo que permite dar un salto de toma de conciencia en libertad. Los atajos de los que hablaré siempre tienen que ver con el amor y con la libertad.

El salto que supone la toma de conciencia en libertad llega cuando te das cuenta de que, con los años, tu lengua materna se ha ido viendo desplazada por distintos lenguajes, los llamados de prestigio social, que se imponen con violencia desde el poder. Son la mayoría de discursos académicos, científicos, económicos, religiosos, políticos y culturales que tapan lo que es, en lugar de desvelarlo y de nombrarlo sin artificios, porque están en juego otros intereses que no tienen nada que ver con el amor, con el amor al mundo y a la palabra que lo nombra con verdad y belleza.

Los lenguajes artificiales que se superponen a la lengua materna construyen realidades paralelas, pseudolenguas falsas como las que hoy circulan a toda velocidad por las redes. Pero no lo ocupan todo, como ocurría con el patriarcado, que finalmente ha terminado aunque todavía sintamos sus coletazos muy violentos. El antídoto es cultivar la lengua materna con esmero como quien tiene un tesoro que debe custodiar. Justo como ya lo hemos hecho y seguimos haciendo muchas mujeres y algunos hombres. Quizá como ya lo estéis practicando en este curso con vuestra profesora. Y el camino está hecho de movimientos que pueden sonar abstractos, pero luego los aterrizaré con ejemplos de la experiencia, de la mía que es de la que puedo hablar.

El primer movimiento es tomar conciencia y no confrontar con los lenguajes artificiales y artificiosos construidos contra la lengua materna. Se trata de usar la propia lengua sin miedo, junto con otras y otros que te ayuden a no perder el principio de realidad y a no perder tu energía, la que necesitas para conseguir lo que deseas.

El segundo movimiento es sustraerse a esos lenguajes todo lo posible, buscando canales nuevos de comunicación o creándolos cuando no los encuentras. Esto no quiere decir montar una cadena de televisión o una multinacional de la tecnología logística-mediática. Con una interlocutora o interlocutor fiable basta y luego vendrán más, con quienes te transformas  haciendo(te) lugar en el mundo, haciendo mundo, desplazando y repeliendo los no lugares, los lugares vacíos de mundo, que es como llamo a los lugares de destrucción de sentido. Lamentablemente hay muchos y proliferan, por eso hay que estar muy alerta y en relación para avisarnos cuando nos deslizamos hacia el vacío.

El tercero movimiento es leer autoras y autores que valen la pena porque le dicen algo nuevo a tu vida que te ayuda a entenderte y a entender a otros y a otras. También frecuentar obras de artistas que te tocan el alma y te ayudan a hablar en primera persona, partiendo de ti y dando valor a la experiencia, no a las tonterías que ocupan tanto sin decir nada.

El cuarto es atreverte a hablar como quien eres. El mundo es uno y los sexos son dos, femenino y masculino. Todas y todos Nacemos de mujer, de sexo femenino, como ya escribió Adrienne Rich en los años ochenta en el libro que lleva este título. Cada tiempo histórico tiene sus retos, sus descubrimientos y también sus trampas que nos toca desvelar. Actualmente, yo soy una mujer que quiero ser nombrada y nombrarme como tal en femenino, con todo el respeto hacia quienes no se sientan hombre ni mujer y quieran nombrarse de un modo nuevo, pero nuevo, sin que yo tenga que cambiar mi nombre, cosa que no deseo porque no me siento ni reconozco incluida en los nuevos nombres colectivos que dicen proponerse para no discriminar y discriminan justo a quienes les quitan el suyo con el que están a gusto. Sé que este es un tema muy controvertido pero no tenemos que tener miedo a hablar de él por corrección política que se vuelve incorrección sin más. Por eso me pregunto:

¿Transfobia como oposición a transfília?  ¿Transexclusión frente a transinclusión? Son palabras para categorizar en abstracto que se usan para hacer bandos y como insultos. Yo no las uso porque siento que no me corresponden ni me dan ninguna luz, solo veo odio cuando alguien más que pronunciarlas las arroja como quien tira piedras.

¿Lenguaje inclusivo que de hecho excluye, porque quiere sustituir las palabras que dicen hombre y mujer por otras que borren esa diferencia? No lo entiendo, no me parece que tenga sentido.

¿Feministas históricas como oposición a feministas modernas? Mientras estás en la tierra la edad es un factor evidente pero no determinante para tu vida y tu pensamiento. Hay mucha gente joven envejecida y viceversa. Hay una parte de la juventud que desprecia su genealogía e ignora a quienes han vivido antes y han conseguido grandes logros y también una parte de gente vieja que se cierra a cualquier cambio del tiempo presente porque se ha estancado en el pasado sin actitud crítica. 

He hablado de movimientos que pueden sonar abstractos pero ahora pondré un ejemplo que muestra cómo son posibles y dan felicidad además de orientarte en la vida. Doy fe de ello con mi propia vida en la que he pasado por muchos trances difíciles, pero siento un profundo agradecimiento a lo que se me ha presentado como destino como oportunidad de sacri-ficio, no en el sentido tradicional de sufrimiento en el que ha derivado esta palabra, sino en su sentido  original de sacro-facere, de hacer sagrado algo, en este caso hacer sagrado el propio destino, la propia vida.

Un grupo muy pequeño de profesoras de primaria, en los años setenta del Madrid del siglo XX, hablando simplemente al salir de trabajar en los colegios donde dábamos clase, nos dimos cuenta de que estábamos enseñando una gran mentira repitiendo en el aula lo que decían los libros: que el uso del masculino como si fuera genérico era válido para nombrar a niñas y niños, hombres y mujeres y además era lo correcto.

Primero tomamos conciencia de que esto no era verdad ni para nosotras ni para las alumnas ni para ninguna mujer. Entonces sin discutir ni pedir permiso a nadie, empezamos a hablar en femenino y en masculino, en clase, en las reuniones del claustro y en los movimientos de renovación pedagógica que frecuentábamos. Este gesto tan sencillo que no necesitaba leyes ni presupuestos fue una revolución, solo contestábamos escuetamente a los ataques que recibíamos por nuestra iniciativa, que fueron muchos y disparatados. Algunos compañeros se unieron tímidamente a este cambio y fue muy de agradecer porque ellos también recibieron críticas. A partir de ese momento ya nunca más aceptamos ni volvimos a enseñar el lenguaje masculino usado como si fuera universal, al que, por cierto, llamaban también inclusivo pero con un significado precisamente opuesto a su uso actual.. 

El segundo paso fue seguir la pista a lo que íbamos descubriendo y tratar de escribirlo: en resumen vimos que ese lenguaje lo impregnaba todo, las relaciones de y entre los sexos, las concepciones violentas de la sexualidad, el desprecio por lo femenino, la falsificación de la genealogía femenina, los usos del tiempo y los espacios de alumnas y alumnos, los juegos, los libros de texto, las actividades extraescolares, las relaciones con las madres y los escasos padres, las jerarquías escolares de todo tipo, donde ellos tenían el poder aunque casi nunca la autoridad. Tengo miles de anécdotas de aquellos años en los que vivimos esta revolución simbólica apasionante, nosotras dimos un salto del orden simbólico, un salto del lenguaje establecido para recuperar la lengua materna. Un salto de vértigo para el patriarcado que empezaba a tambalearse. Ahora sé contarlo, pero entonces toda la energía la empleábamos en vivirlo Y está bien porque cada cosa tiene su momento.

El tercer paso fue dedicarnos a leer autoras y algún autor y comentar, concretamente yo leía a San Juan de la Cruz por su poesía amorosa, que ampliaba también el horizonte de libertad  masculina. Nuestras autoras favoritas fueron Adrienne Rich y Emily Dickinson, estas fueron las primeras para mí.  María Zambrano, Clarice Lispector, Luce Irigaray, Luisa Muraro y Milagros Rivera vinieron después junto con colaboradoras de las revistas Via Dogana, editada en Milán, y Duoda, editada en Barcelona. Tratábamos de captar las palabras que resonaban en nosotras con júbilo por expresar con acierto y precisión lo que sentíamos. Luego las repetíamos como mantras, porque nos servían para responder a lo que  queríamos decir pero aún no sabíamos cómo o no nos atrevíamos a decirlo con palabras propias.

El cuarto paso fue cuidar, revisar y recrear la lengua que hablamos, hablar y escribir venciendo el temor a equivocarnos, a no saber bastante, cultivando las relaciones de reconocimiento de autoridad femenina entre mujeres y también con hombres no patriarcales. A pesar de los fracasos, quisimos seguir confiando para fundar lo que deseábamos que existiera y no estaba en el mundo, viendo con tristeza el fin de algunos proyectos pero ilusionadas por el nacimiento de otros, dejando caer con ligereza lo que nos sirvió en su momento pero ya no nos servía más. Se trataba y se trata de cuidar mucho las palabras cada vez, para que no se filtren el poder y la violencia, para no dejarnos deslumbrar por el conocimiento científico y técnico, casi siempre ciego a la vida y las relaciones, para que no nos arrastren la ciencia positivista con su acumulación de datos abstractos que oscurecen el saber concreto de la experiencia y nos dejan sin suelo, sin aire y sin agua. Sin fuego también, ese fuego que nos hace arder en la divina lumbre, de la que hablaba el poema que recité cuando era muy pequeña sin saber todavía su alcance cósmico, fuego de estrellas, de constelaciones, de galaxias, de infinito. Un fuego que nunca he olvidado.

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No Somos Vulnerables, Hemos Sido Vulneradas. Sandra Lidid

En los años 60, Kate Millet plantea que la cuestión de la jerarquía pone al los nacidos hombres en un plano de superioridad sobre las nacidas mujeres y que esto va más allá de las clases sociales, las diferencias raciales y políticas. Es entonces cuando el movimiento feminista asoma la cabeza desde el feminismo de la igualdad  y pone en cuestión la base histórica política y económica del patriarcado. Esta nueva mirada cuestionará la relación de la civilización con el planeta.

Desde esos tiempos  la política de los acuerdos  entre machos se inmiscuye en el movimiento feminista para volverlo a poner en la política de la igualdad patriarcal. En los años 80, muchas feministas resistimos, pero la intervención de la Cooperación al Desarrollo, sus programas y dineros, concretaron la división del movimiento feminista. Un enjambre de ofertas logró que dejáramos de ser compañeras o hermanas y aparecieron las “expertas” en mujerío.

En Chile, desde el feminismo autónomo denunciamos la intervención de las políticas patriarcales que se apropiaron de la Casa de la Mujer La Morada y de Radio Tierra y Casa Sofía, todas instituciones que fundó Margarita Pisano para que el feminismo creciera como un hecho político autónomo, libertario y digno.   A poco andar, la cooperación al desarrollo recupero esas instituciones para que volvieran al caudal de la ideología de la igualdad patriarcal. En esa misma época, cada partido de la igualdad en el neoliberalismo creó su propia institución de mujeres y desde allí implementaron los programas que la cooperación al desarrollo tenía para las mujeres. Muchas mujeres de esas instituciones se han beneficiado durante 30 años del simulacro de democracia neoliberal.

La autonomía fue invisibilizada, descalificada,  menospreciada y sobre todo, aislada. Frases como “nuevo trato”, o palabras como propositivo, inclusión, conciliación, reconciliación aparecen en el lenguaje cotidiano. El pueblo y básicamente las mujeres son representadas como objeto de beneficencia. Este lenguaje que nos señala como vulnerables, en situación de riesgo, de calle y otros, oculta la responsabilidad de los victimarios.

Fueron más de 30 años difíciles. No encontrábamos a nuestras compañeras… hasta que el estallido social  y la explosión de un feminismo desconcertante por sus masividad, variadas formas y contenidos, irrumpe en las calles. Ese feminismo es heredero de la resistencia al neoliberalismo y al patriarcado. Pero no solo el feminismo autónomo está al origen de la revuelta, son múltiples las personas y organizaciones artístico-culturales y políticas que han resistido desde los más recónditos y acorralados lugares del territorio.

Hoy el patriarcado, amenazado en sus raíces, tiembla y dispara para espantar a la bandada. No tiene con quien conversar, con quien dialogar, con quien sentarse como gente “decente” a planificar la gobernabilidad.

Los monstruos de la gobernabilidad desatan sus feroces demonios contra el estallido social.  Sin embargo este los desafía una y otra vez. Los monstruos saben que a la primera de cambio su sistema puede reventar. Los monstruos de la gobernabilidad están despavoridos, perciben el despeñadero que tienen a sus pies.  Los monstruos buscan en el basurero de la historia y se agarran de lo que encuentran a mano para no caer al despeñadero. Balbucean que son  feministas y a falta de convicción sacan a relucir mujeres dispuestas a dar un pasito más en la ignominia. Estas mujeres llaman a la gobernabilidad, la reconciliación, la concordia, la paz, la igualdad, y desde un supuesto feminismo   y  por un puñado de pesos, negocian directamente con la extrema derecha, con la misma que ayer, hoy y mañana violaron, violan y violarán los derechos fundamentales para la sobrevivencia del planeta.

Sandra Lidid

abril 2021

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¿Has sufrido alguna vez violencia hermenéutica? Andrea Franulic

¿Has sufrido alguna vez violencia hermenéutica?[1]

Tengo un recuerdo, de esas imágenes de la memoria de la infancia que si nos piden que detallemos, se esfuman. Yo creo que no tenía más de 3 años. Iba de la mano de mi madre, entrando a su lugar de trabajo. Yo, tomada de su mano, le pregunté por la palabra que nombraba a la cosa que estaba viendo ante mí y que era un lugar: un edificio con bancas, caminos, pasillos y desierto alrededor. Ella me dijo “universidad” y yo repetí “universidad”. Me costó la pronunciación porque es una palabra larga, pero finalmente la pronuncié como mi madre me enseñaba: u-ni-ver-si-dad.

El lugar de trabajo de mi madre era la universidad de Antofagasta, ciudad costera del desierto de Atacama. La universidad de mi madre era un laboratorio con tubos de ensayo y sustancias, un bioterio con ratas blancas y una pizarra gigante para escribir con tizas. Mi madre era bellísima y muy joven. Mientras ella trabajaba, yo rayaba la pizarra y, luego un poco más grande, jugaba a ser profesora. También nos llevaba a casa elementos de laboratorio para que jugáramos con mi hermano. Así, teníamos tubos de ensayo, pipetas, matraces y otros elementos con los que imaginábamos ser científica y científico. Pero a mí me gustaban más las letras y me encantaban las pizarras.

Cuento esta experiencia porque creo que, de alguna manera, me salvó, quizás no totalmente, de la violencia hermenéutica que me tocaría vivir en mi vida adulta también como mujer universitaria. Me salvó porque conocí la palabra que nombraba la cosa desde la lengua materna de mi madre, tomada de la mano de su simbólico, y la vi a ella, la vi concebir conceptos con placer. Sin embargo, ahora pienso, cuánto, la violencia hermenéutica, le habrá matado su ruiseñor. Y me duele pensarlo. Me duele pensar que mi madre sentía placer en lo que hacía, pero cuán sucedáneo era dicho placer, pues permanece en la institución universitaria hasta el día de hoy y a veces la noto cansada y triste. ¿Cómo puedo volver su ruiseñor a mi madre?

¿Y qué pasa conmigo y la violencia hermenéutica? Como decía, siento que mi madre me ha rescatado de ella, sin saberlo. Me ha rescatado porque también me permitió contemplarla desde pequeña y verla, hermosa y concentrada, estudiar. Me animaba la forma rápida en que movía el lápiz para tomar los apuntes que leía de sus libros de bioquímica. Yo sentía placer mirándola y admiración por su letra grande, redonda y manuscrita. Así, siendo niña, sentí y viví el placer de concebir conceptos sin falo, inspirada en mi madre.

Por ejemplo, sentía mucho placer haciendo las caligrafías que mi maestra Cristina, que mediaba con Amor su práctica educativa, nos mandaba a realizar a diario. Sentía placer porque lo pedía ella y yo las escribía pensando en que ella las iba a leer, entonces en lugar de copiar los cuentos de los libros escolares (en esto consistía la tarea de la caligrafía), yo inventaba mis propios cuentos y ella se alegraba mucho, felicitándome. Ese placer de concebir conceptos sin falo siendo niña, lo he sentido en mi práctica de la política de las mujeres siendo adulta, en especial, con la escritura femenina. Y reconozco, reconozco en estas experiencias de niña-vieja [2] “el placer de la concepción de conceptos”.

Mi madré me salvó, aunque cuando yo creciera ella consideraría que mi único destino posible era la universidad. Yo he estudiado, luego de mi carrera de pedagogía en castellano, un magíster y un doctorado en lingüística: pesadilla fálica, pensamiento del pensamiento, violencia hermenéutica. Fui ayudanta de un profesor de gramática o morfosintaxis mientras cursaba el pre-grado: pesadilla fálica que niega la lengua materna para transformarla en sistema de signos abstracto, equivalente a un tablero de ajedrez, al que puedes jugar e incluso entretenerte con inteligencia, pero que es solo eso. Finalmente, decidí abandonar esta ayudantía y seguir mi deseo. Como muchas, y como mi madre, sentía placer por el estudio y, como podía, extraía algo del sucedáneo que me daban y llegaba a sonreír.

No fui inmune a la violencia hermenéutica universitaria. Es más, podría ahora mismo enumerar algunos ejemplos y ya van siendo varios, pues desde que la sé nombrar, gracias a la visión de María-Milagros Rivera Garretas, también me voy dando cuenta del daño que me ha hecho, considerando todo aquel que no veo o no llegaré a ver porque “la vida del alma queda afectada para siempre”. Por ejemplo, en el doctorado, tuve la experiencia patente de la violencia hermenéutica universitaria en todo su esplendor, la de “presentarse el placer cognitivo masculino como placer cognitivo universal”: el lenguaje árido sin entrañas, el ritmo despiadado de las evaluaciones, la competencia por la nota o el cargo, la obsesión por objetivar, la imposición del método científico, el pensamiento crítico del análisis de discurso, etc.

Sin embargo, al mismo tiempo, siento haberla esquivado bastante y he querido, en este ejercicio, darle algo de luz a este esquivar y redimir el daño sufrido, también por mi madre. He permanecido en la universidad como espacio académico y laboral sin que esto me haya quitado el placer de la escritura femenina libre que, en mi caso, ha ido de la mano de la política de las mujeres. Mis energías creadoras las he puesto y las he descubierto en las relaciones entre mujeres, siendo estas siempre más prioritarias y fundamentales para mi vida que cualquier otra cosa.

Para esto, he equilibrado el tiempo y el dinero, procurando horarios flexibles, sin concursar nunca, hasta ahora, para tener una jornada o un cupo en la universidad que implique permanencia en ella. Me ha guiado Kairós[3]. Esto, en mi país, implica menos dinero y menos estabilidad económica, pero luego de años, donde al principio experimentaba bastante precariedad, he logrado vivir sin que me falte nada, siempre procurando lo necesario materialmente para el placer de la concepción de conceptos.

En los últimos años, en los que el patriarcado ha llegado a su final, he logrado aunar tiempo libre y estabilidad laboral: algo inusitado que no pasa por contrato laboral ni lobbie alguno, sino por el estar en relación y por el reconocimiento de mis aportes y la importancia de mi presencia allí, porque otra vio autoridad en mí. Y me refiero a los últimos años en los que he leído en profundidad a las autoras del pensamiento de la diferencia sexual, abriéndome a integrar los espacios de mi vida y a dejar de existir escindidamente.

Junto a la política de las mujeres y la escritura femenina, he ido haciendo de mi paso por la universidad una experiencia de placer clitórico, porque soy profesora y he aprendido a estar en el aula en femenino [4]. ¿No es acaso esa pizarra grande de fondo negro donde el sonido de la tiza resonaba en mi alma de niña? Mi madre, entonces, así de jovencita, también era profesora en la universidad y lo sigue siendo. Su hermana es profesora de escuela. Mi tía abuela fue profesora normalista. Cuando digo menos escindida, me refiero a que esta genealogía materna y femenina vive dentro mío y, junto con ella, el placer femenino de la concepción de conceptos.


[1] Escritura a partir del ejercicio y tema 6 de la asignatura Sexuar tú la política, impartida por María-Milagros Rivera Garretas
en el máster de Estudios de la diferencia sexual en Duoda, Universidad de Barcelona.

[2] Expresión que me enseñó Adriana Alonso Sámano.

[3] El tiempo de las relaciones. Ver María-Milagros, Rivera Garretas, Mujeres en relación. Feminismo 1970-2000, Barcelona, Icaria, 2001.

[4] María-Milagros, Rivera Garretas, “Estar en el aula en femenino”, El amor es el signo. Educar como educan las madres, Madrid, Sabina, 2012, p. 28.


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Presentación Biblioteca Itinerante, Ana Mañeru

¿De qué manera el hacer circular la escritura femenina libre aporta (algo nuevo) a las políticas de las mujeres en el presente, esto es, en el final del patriarcado?

Cuando descubrí palabras, frases, rastros de escritura femenina libre tenía veintitrés años, pero ya había leído muchos autores que, aunque yo no lo sabía entonces, debían su fama a su misoginia.

Quedé deslumbrada y tuve una revelación. Ya no tenía que esforzarme en entender sistemáticamente, como acostumbraba, las secuencias de palabras masculinas abstractas encadenadas con abstracciones anteriores, con significados y enlaces preestablecidos que poco tenían que ver conmigo.

Sentí y supe de un salto que ya estaba junto con otras en un horizonte más grande, más allá de ese lugar pequeño que era el patriarcado en el que vivía creyendo que eso era el mundo. Y no en contra, sino al lado con nuestra propia voz cada una.

Ahora sé que la fuerza de la libertad femenina que circulaba en algunos libros de autoras había despertado mi propia libertad para dejarme llevar por el relato de la experiencia de otras de una manera nueva que no conocía. Allí estaban sus textos, que incluían el ensayo literario, científico, teológico, político, los diarios, las cartas, los poemas, las novelas. En definitiva lo que daba cuenta de la experiencia femenina libre dicha en primera persona con palabras verdaderas, en lengua materna como decimos hoy.

Así fue como pasé los años ochenta acompañada por el libro Sobre mentiras secretos y silencios de Adrienne Rich, que viajó conmigo por muchos lugares, porque me daba seguridad llevarlo en la maleta. Nunca llegaba a leerlo todo seguido y entero, porque me detenía en frases que aprendía como mantras que me salvaban la vida.

En los noventa, una amiga me regaló Textos y espacios de mujeres, de María-Milagros Rivera Garretas que también fue decisivo para mí. Despúes, empecé a leer a otras autoras del pensamiento de la diferencia sexual como Luce Irigaray o Luisa Muraro y los libros y revistas editadas en la Librería de mujeres de Milán, en la Comunidad filosófica femenina Diótima de la universidad de Verona y en la revista Duoda de la universidad de Barcelona.

Pasé mucho tiempo aferrada literalmente a sus palabras y, desde hace algunos años, esas mismas palabras me han ido inspirando para que pudiera soltarlas y decir al lado suyo sin repetir, sin quedarme atada a ellas sin miedo a errar. Esto es lo que me han aportado e intento aportar también yo: poder hablar y escribir en lengua materna desde mi experiencia viva de libertad femenina, poder leer a otras con esa misma libertad y contribuir  a que circulen nuestras palabras.  

Estoy agradecida a mujeres de todos los lugares y tiempos, especialmente a las autoras, traductoras, editoras, libreras y bibliotecarias que siguen favoreciendo que los libros que nos interesan a las feministas radicales de la diferencia – nombre que entiendo como lugar de encuentro con otras y no como pertenencia o etiqueta fija – lleguen a nuestras manos. Por eso felicito y agradezco hoy la iniciativa de las Feministas Lúcidas de crear su Biblioteca Itinerante.  Me gustaría seguir manteniendo con ellas desde Sabina editorial este sutil lazo que nos une. Un lazo del que habla Emily Dickinson a Susan Huntington Dickinson en la Carta 241 del libro que acabamos de editar Cartas de Amor a Susan:

[…]

El lazo entre

nosotras es muy

fino, pero un

Cabello nunca

se disuelve.

Amorosamente

Emily

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Encuentro Sabina Editorial y Feministas Lúcidas

Entrevista a las mujeres de DetransiciónChile (1)

Jessica Gamboa Valdés

17 de abril de 2021

Saludo a todas, especialmente a Sabina editorial, Ana Mañeru Méndez y Carmen Oliart, a mis amigas y semejantas de feministas lúcidas

Quiero también reconocer a Sandra Lidid por la transcripción y colaboración en la edición de la entrevista.

Han y Ariel,  son mujeres que deciden hacer una apuesta política- política de lo simbólico- salir al mundo y poner en palabras su experiencia- su partir de sí –  respecto a su vivencia con la transición y posteriormente su Detransición.

Me quiero referir brevemente con dos reflexiones o comentarios que he destacado de la entrevista, luego abrir la conversación.

Una primera cuestión, es cómo la identidad trans se sostiene desde una política institucionalizada, por ende, dotada de poder social para administrar y representar a grupos o individuos identificados con esta categoría, regulando bajo sus lógicas la relación de los sexos, es decir, el hecho de ser mujer u hombre, pero anclado a una serie de estereotipos preestablecidos y codificados por el régimen de mediación con poder, que conduce en este caso, a estas dos mujeres, cada una en su singularidad a un proceso de identificación con lo ya dado, lo dicho, lo normalizado, es decir, los roles de género – femenino o masculino – propios de una cultura basada en el Uno, negadora del origen materno y canceladora de la alteridad.

Esta violencia que una mujer vive, es lo que Simone Weil llama el doble tirón o error de epistemología que ha traído mucha ajenidad e inadecuación despojándonos de nuestro sentir y placer propio para ser y estar en el mundo, sobre todo, con las políticas de igualdad que han sustituido el orden materno no coactivo  (Diana Sartori) por la libertad individual moderna que te invita a ser un hombre, con la condición de que nuestra diferencia sexual femenina pase desapercibida, fingiendo que no tenemos cuerpo.

En la actualidad no hay novedad, al menos, para las que nos afirmamos en nuestra diferencia sexual y el placer de ser mujeres, cómo la política de la identidad ha ido ganando terreno, lamentablemente también con el apoyo de algunas feministas que, embelesadas por la homologación con los hombres, han contribuido con el régimen de mediación con poder que sobre todo, se sustenta en la negación del origen materno, principio e inicio de toda obra civilizatoria, es decir, la madre concreta dadora de vida y palabra, porque somos traídas y traídos al mundo por una mujer y de ella aprendemos en nuestra primera infancia a hablar con su lengua materna, es decir, traer al mundo el mundo. Y es la diferencia sexual femenina la que tiene la capacidad de ser dos – el más del cuerpo femenino- de por sí dispuesto o abierto a la alteridad porque la alberga y las mujeres somos las depositarias de la lengua materna, porque nacemos con un cuerpo de mujer con su capacidad de ser dos -que no determina a la maternidad- pero allí está, y una clítoris, fuente originaria de nuestro placer – el orgasmo clitórico- al igual que nuestra madre, otra mujer.

Por ejemplo, se logra percibir en el relato de Han y su relación con la madre, la apertura que tuvo para apoyar la transición de su hija y lo hace como un gesto de amor, y luego al  detransicionar la acoge nuevamente, sabiéndolo sin más.

Esta política identitaria ha cobrado una fuerza nunca antes vista, pues precisamente, el final del patriarcado ha precipitado una maquinaria misógina impulsada por lobistas del género que, afín con los intereses políticos del poder homosocial, requiere a toda costa reponer, una y otra vez, su política sexual fálica encasillando la relación de los sexos ahora en una multiplicidad de identidades de género aun cuando, la idea base sobre los roles o estereotipos de género para definir a hombres y mujeres, fueron develados por las mujeres feministas en la década de los setenta del siglo pasado y que, sin embargo, hoy se revitalizan con la oleada posmoderna academicista en rechazo de la libertad femenina que ha descreído del contrato sexual y de la heterosexualidad obligatoria porque, el patriarcado y su miseria, ha caducado en las mentes y en las vidas de muchas mujeres.

Hemos llegado al punto en que, en distintos países del mundo, se han instaurado las políticas que legitiman la existencia de las identidades sexuales, como si efectivamente la diferencia de ser mujer u hombre fuese el problema, por el contrario, la tergiversación consiste precisamente en reducir la diferencia sexual a un mero dato biológico que, mirado desde la miseria masculina, es visto como opresión, dadas las condiciones sociales impuestas por las sociedades patriarcales, que desvaloriza lo femenino y enaltece lo masculino, es decir, la relación jerárquica entre los sexos, sin embargo, la materialidad de los cuerpos existe siempre acompañada de su dimensión simbólica para significarse durante toda la vida, y es justamente lo que la política de la identidad esconde, pues, hace aparecer la diferencia sexual como un cerco para la libertad, la pregunta entonces es ¿qué estamos entendiendo por libertad? Diana Sartori (basada en Arendt) plantea que el ejercicio de la libertad está enraizado a la condición intrínsecamente humana que es el nacimiento y no por una libertad construida que se expresa en el individuo o el sujeto autónomo de la modernidad.  En efecto, ser nacidos y nacidas de mujer, es nuestro principio de libertad dado por nuestra madre. En tanto, la identidad con su tendencia a cerrarse, pues evita la apertura a lo otro, a lo nuevo suele quedar atada a categorías estancas que definen o delimitan lo “que se es”, un expresarse y representarse, algo muy propio de la política de la identidad. En cambio “quien se es”, escapa al dominio o a la representación, porque se corresponde con un orden no coactivo o principio ordenador materno que está siempre abierto porque es irreducible, pues quien se es, parte de sí, de la propia experiencia

En consecuencia, el debate que gira en torno a las  identidades tiene un trasfondo misógino promovido por el gran lobby trans que consiste en borrar a las mujeres y sus experiencias libres para ser, vivir y amar. Además de lo que ya ha dicho Ana, sobre el gran mercado que enriquece a conglomerados farmacéuticos y otros capitales globales, como es la industria médico/psiquiátrica que certifica con su saber científico la ejecución de procedimientos hormonales y quirúrgicos, etc.

Hoy que las políticas de la identidad, apoyadas por lOs feminismOs han iniciado una campaña mundial para borrar y eliminar el origen materno  y la libertad femenina, Por ejemplo, que no se diga que somos nacidas y nacidos de mujer, que no se diga leche materna, un gran NO que se vale de la fuerza de la ley para querer callarnos y obligarnos a dar el consentimiento femenino a la identidad. Sin embargo, libertad femenina es relacional y está por encima de la ley, porque es el lugar de la existencia simbólica (Lia Cigarini), es decir, afirmase mujer, sin miseria, sin jaulas patriarcales.

Una segunda cuestión es cómo influye la cancelación del amor entre mujeres o la existencia lesbiana como una experiencia visible y socialmente aceptada. Sobre este punto me quiero detener, pues, el amor entre mujeres es una de las formas más reconocibles de cómo funciona la  institución política de la heterosexualidad obligatoria y Rich nos la ha presentado de forma magistral en los años ochenta, al develar su carácter impositivo, que consiste en colocar el placer sexual masculino como “la sexualidad”, que, legitimada por la ley y otras instituciones dotadas de poder social, la sitúan como eje de la política sexual, mediando, de esta forma, las relaciones entre los sexos, por tanto, la reviste de obligatoriedad. En efecto, el concepto heterosexualidad obligatoria, sirve justamente para reconocer cómo se han intervenido los vínculos de amor entre mujeres.

Esta obligatoriedad de la heterosexualidad ha sido nefasta pues ha implicado que muchas mujeres se han subsumido en una “doble vida” como estrategia de sobrevivencia, o en el caso de Han y Ariel, encuentren refugio en la identidad trans, dada la ausencia de referencias positivas y visibles de amor entre mujeres en el imaginario social y cultural, esto también debido a su silenciamiento y persecución, y justamente, la teoría masculina psicoanalítica, una de las más misóginas ha estigmatizado a la mujer que no desea el coito, etiquetándola como “ desviada”, “frígida”, “histérica” o “envidiosa del pene”. De ahí a que también la transexualidad se presente como una alternativa viable a los ojos de las niñas y mujeres que aman a las mujeres.

Considero que también sobre la identidad lesbiana hay que estar atentas, por la implicancia que tiene colocar la sexualidad como lugar de enunciación, es decir, qué se es, pues corremos el riesgo de retornar de alguna forma, a lo identitario,  por ejemplo, al decir, “feministas heterosexuales y lesbianas”, haciendo de esta identificación una postura política, invitando al mismo tiempo a un partir de sí, iniciado desde la idea de una sexualidad lesbiana que, a la larga, hace la operación de ir sustituyendo la diferencia sexual femenina y su infinito propio para significarse libremente.

Por último y, a modo de cierre, quiero mencionar que el proyecto Detransición, que en la actualidad no está visible, pues recibieron muchas amenazas y violencias por redes. Sin embargo, su palabra y experiencia ya está puesta en el mundo, haciendo simbólico. Ellas, Ariel y Han, hacen simplemente una invitación a la alteridad, “Detransicionar es ser una mujer libre” dice Ariel, y nos abre paso a la interrogación. Para darle sentido he tomado una idea de Clara Jourdan (ella hablando de la maternidad subrogada) que dice:  “si esta realidad que es percibida por muchas como de riesgo o peligrosa, requiere de ser interrogada”  poniendo el acento en las mediaciones femeninas como necesarias para que “no vaya entrando en el sentido común la cancelación de la libertad femenina y de la diferencia sexual” a lo que agrego -con la normalización de las identidades de género o la identidad trans-  sobre todo hoy en que una parte no menor de mujeres está cediendo simbólico para afianzar estas políticas.

(1) http://autonomiafeminista.cl/entrevista-a-detransicionchile/

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Escritos de Amigas de Feministas Lúcidas

Carta para Ana Mañeru, Capi Corrales

Madrid, 17 de abril de 2021

Querida Ana,

Desde niña aprendí que todo proyecto, por pequeño que sea, necesita de un buen trípode, tres sólidas patas sobre las que sostenerse. Te escribo esta carta con tres objetivos. El primero agradecerte, el segundo aclarar las ideas y el tercero ayudarme a recordar.

Ana, gracias por darme oportunidad de asistir a la conversación de ayer tarde, organizada por la Editorial Sabina y el colectivo Feministas Lúcidas, sobre la transexualidad. Cuando hace unas semanas mencionaste que iba a tener lugar y me ofreciste participar, mi primera reacción fue de pereza; la manera en que por lo general se viene encarando el tema de la transexualidad no me resulta adecuada ni interesante, y la idea de pasar varias horas escuchando hablar sobre él no me resultaba especialmente atractiva. Saber, sin embargo, que el encuentro giraría en torno a una entrevista en que dos jóvenes mujeres explican su proceso de detransición sexual (el camino de ida y vuelta, por así decirlo, mujer-hombre-mujer al que han sometido su cuerpo), despertó una curiosidad mayor que la pereza, que me llevó a conectarme ayer. La conversación me encantó Ana. Gracias. Se encendieron bombillas que iluminaron rincones y vericuetos de la cuestión que nunca había visto.

También, a través de algunas de las experiencias compartidas pude entender algo —el primero de los puntos que te describo en la segunda página de esta carta— que una vez entendido me resulta tan obvio como imprescindible de tener en cuenta al pensar en el tema; con frecuencia pasamos por alto lo que tenemos más cerca y justo delante de los ojos. Las explicaciones más sencillas son a menudo las más claras y las fuerzas que más nos mueven tienden a ser las menos sofisticadas e intelectuales y a estar directamente relacionadas con el vivir práctico de cada día.

Finalmente, la manera en que algunas mujeres verbalizaron sus experiencias y reflexiones me ayudó a poner en palabras claras, precisas y limpias verdades que yo ya sabía que lo eran pero que no sabía cómo transmitir. Soy activa feminista desde la adolescencia y llevo años reflexionando con amigas y compañeras de camino muchas de las cuestiones que ahora se debaten de una manera más general dentro y fuera del feminismo. Entender algo no siempre conlleva saber explicárselo a otras y ayer yo aprendí a poner en palabras dos o tres ideas tan sencillas y básicas y como importantes para mí.

Resumiendo: ví, entendí y verbalicé. Gracias, Ana, por semejante regalo.

Escribir es una poderosísima herramienta para aclarar nuestras ideas. Y si lo que se busca, como es mi caso hoy, es tanto aclarar las ideas como transmitirlas, no basta con escribir, es necesario escribir de una manera que haga llegar nuestra voz a quienes nos leen. Tengo sesenta y cuatro años y llevo más de cuarenta de ellos dedicada a la investigación y docencia de las matemáticas en un marco universitario, y escribiendo textos científicos, pedagógicos y de divulgación. En estas décadas he aprendido que para comunicar, además de pulir mis palabras necesito mantenerlas vivas. Y la manera que he encontrado de mantener mis palabras vivas es dirigírselas a alguien en concreto, a una persona con nombre y apellidos. «Querida fulanita, querido menganito…» Todos mis textos publicados, incluso los más técnicos, han cobrado forma como cartas. No son fruto de una perorata dirigida desde mi mesa de trabajo a una masa desconocida, sino cartas de tú a tú, a las que una vez terminadas he quitado el encabezado y dado la forma de libro o artículo. En este caso, Ana querida, he decidido no quitar el encabezado y mantener el texto como surgió, una carta dirigida a tí, Ana Mañeru Méndez.

Querida Ana, me gustaría resumirte en mis propias palabras algunas entre las ideas, reflexiones y experiencias que recogí ayer que me brindaron valiosos temas de reflexión, food for thought que se dice en inglés. Te las describiré tal y como yo las escuché y recuerdo, que probablemente no siempre coincidirá con cómo se dijeron ni con la intención con que se dijeron.

Una mujer de unos cincuenta años nos explicó que siempre ha sido gorda y que de adolescente este hecho la había hecho sufrir mucho. «Si en aquel entonces alguien me hubiese ofrecido una pastilla para adelgazar de inmediato la hubiese tomado, sin pararme a considerar el precio o efectos secundarios posibles.» Al escuchar ayer a esta mujer un escalofrío me recorrió la espalda. Estudié el doctorado en una universidad estadounidense en el estado de Michigan, a diez minutos en coche de Flint, uno de los lugares en que Michael Moore rodó su documental Bowling for Columbine. Conozco, con nombres y apellidos, un montón de personas que en su adolescencia hubiesen estado dispuestas a someterse a cualquier tratamiento y pagar cualquier precio para cambiar el color de su piel, su sexo o las facciones de su cara. De hecho, todas nosotras (como todos ellos) hemos estado a disgusto con nuestro cuerpo en algún momento y también en algún momento, si se nos hubiese ofrecido la posibilidad de cambiar, al menos temporalmente, ese cuerpo, la hubiesemos aceptado. Nunca lo había pensado. Nunca. Algo tan obvio y tan esencial en esta cuestión y nunca lo había pensado.

Varias mujeres contaron haber sido lesbianas desde niñas y haber deseado desde niñas ser hombres no porque se sintiesen incómodas en sus cuerpos, sino porque no veían otra manera de desear los cuerpos de otras mujeres que desde el disfraz de hombres.

De hecho, si hoy tuviese quince años, añadió otra mujer y varias cabezas asintieron en un gesto que implícitamente reconocía la experiencia compartida, me sería mucho más fácil pensar en mi misma como hombre trans que como mujer lesbiana.

El mundo es sólo uno y hay dos sexos en él; no quiero renunciar a mi hermano, hijo también de mi madre. Al escuchar a aquella mujer pensé en mi padre, en alguno de mis hermanos, en algunos de mis tíos y primos, en mis amigos. No quiero renunciar a ellos yo tampoco.

No soy lesbiana, dijo otra mujer, pero no estoy dispuesta a establecer una relación desequilibrada y desigual con un hombre.

Se nos intenta manipular intentando convencernos de que ser mujer es un derecho de todo hombre, y que es injusto que aquellos varones que quieran ejercer su derecho a ser mujer no puedan hacerlo; para hacer justicia a estos hombres, se nos explica, las mujeres hemos de sacrificar nuestra libertad. Al oir describir de manera tan clara y concisa la manipulación con que nos bombardean, no pude evitar escuchar la voz del cantante Miguel Bosé en aquel programa de radio en que, años atrás, defendía su derecho a ser padre. Ser padre no es un derecho, como no lo es ser mujer. Ser padre es un deseo. Ser mujer es un dado de nacimiento. O nacemos mujer o no nacemos mujer.

Ana, querida, gracias una vez más. Por favor, no dejes de avisarme del próximo encuentro. Un beso grande, Capi

Capi Corrales Rodrigáñez
Departamento de Álgebra, Geometría y Topología Facultad de Matemáticas
Universidad Complutense de Madrid

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Escritos de Amigas de Feministas Lúcidas

Presentación del Encuentro-conversación, Ana Mañeru

Presentación del Encuentro-conversación con Jessica Gamboa Valdés sobre Detransición.
Sabina editorial y Feministas Lúcidas.

Sábado 17 abril 2021, a las 13 h. En Chile y a las 19 h en España.

Buenas tardes desde Madrid, España, mi nombre es Ana Mañeru Méndez y con Carmen Oliart Delgado de Torres soy parte de Sabina editorial, una empresa de palabras y libros que nos da felicidad a las dos y a las lectoras y lectores que nos apoyan.

Conocimos a Andrea Franulic Depix, a Jessica Gamboa Valdés y a las Feministas Lúcidas de Chile, primero porque Eva Sánchez Hernández, de la que nos fiamos, nos habló muy bien de ellas y acertó;  después a través de encuentros que hemos tenido desde hace un año a través de Zoom, de correos, de whataspps, de video-llamadas y de intercambios de libros que nos interesan.

¿Por qué estoy aquí hoy? Porque me empuja el deseo de hacer política juntas y el placer de conocernos más y de contarnos lo que pensamos y vivimos. Comparto con las Lúcidas el  feminismo radical de la diferencia, no como una etiqueta fija, sino como la manera que he elegido para irme transformando con otras cada día en el sentido que quiero que se transforme el mundo: más femenino y feminista, y más verdadero, bueno, bello y acogedor.

Todo esto implica reconocer y valorar el origen femenino y materno de todas las criaturas humanas, con sus cuerpos sexuados que deben ser acogidos y cuidados en lo que necesiten y no confundidos y destruidos por motivos económicos. Me orienta en este camino el confiar en la potencia del deseo femenino libre que se encarna en cada mujer, el agradecer cada mañana la vida y la palabra recibidas de mi madre y el reconocer nuestra genealogía femenina común. Las Lúcidas y las Sabinas nos hemos encontrado a gusto intercambiando palabras y afinidades durante este año. Cuando aparezcan discrepancias me gustaría que aprendiéramos también a ponerles palabra. Haciendo que cada conflicto sea político, creativo, no mudo ni de confrontación, es decir, destructivo.

Por el mundo entero rondan muchas pandemias, todas nos conciernen y todas pesan especialmente sobre las mujeres. Siento que a cada una nos toca hacernos cargo de lo poquito que esté en nuestra mano, como ya escribió Santa Teresa de Jesús. No se trata de que yo arregle el mundo, sino de que ponga amor en lo que me sienta capaz de aportar algo, por pequeño que parezca. Ningún gesto de amor al mundo es insignificante. Amar siempre es trascendente. Y de esto trata la vida, algo que por el momento hacemos más y mejor las mujeres, esperando que ellos también aprendan.

No es fácil sin embargo, porque se cuela la violencia de todos los llamados “pecados capitales” que cada mujer, cada hombre, cada ser humano, tenemos en peculiar proporción, pero donde se repite un patrón recurrente: demasiados hombres siguen siendo muy violentos contra las mujeres.

Me gusta hablar sobre cosas que me preocupan  en el presente, porque hablar es hacer política. Y ahora me preocupa lo que llamo una “corriente de influencia mundial”, por su poder económico globalizado, que dice defender y proteger la transexualidad para evitar el sufrimiento y la inadecuación de quienes se sienten en un cuerpo que les resulta ajeno.

Espero que juntas vayamos descubriendo el quién, el cómo y el porqué de lo que está detrás de esta “corriente de influencia”

Desde esta corriente se acusa genéricamente a la sociedad por imponer determinados modelos femeninos y masculinos que son construcciones culturales ligadas al sexo biológico de cada ser humano, pero nada se dice de los nuevos modelos, también culturales, que promueven el rechazo o negación del sexo biológico femenino o masculino con el que nace cada cuerpo humano y la construcción de múltiples “identidades de género”, que mezclan de manera muy confusa, sexo, género, expresiones del cuerpo y de la sexualidad, opciones de relación sexual, derechos que se superponen a los hechos para negarlos, etc. Identidades que pretenden desplazar o relativizar, tanto en el orden simbólico – sobre todo en la lengua – como en el social – sobre todo en las leyes – el hecho incuestionable de que todas las criaturas humanas nacemos de mujer y que las hijas nacemos con el mismo sexo que nuestras madres. Para conseguir que esto se vuelva  confuso se apela a la libertad individualista, no relacional y sin límites, por la que cada cual pueda ser lo que decida en cada momento, incluido el ser nada. Y se ofrecen soluciones de consumo capitalista, no cambios del orden simbólico y social que transfomen en lo profundo las relaciones.

He percibido que la hija de una amiga, una adolescente con mucho talento y criada con dos madres feministas muy valiosas, piensa que las feministas como yo y otras amigas de sus madres no somos sensibles al sufrimiento y al sentimiento de inadecuación que prolifera hoy entre las chicas y chicos de su edad. Lo noto por el enfado que muestra cuando nos oye hablar. Me gustaría decirle que sí somos sensibles a casi todo, pero que no estamos de acuerdo con estos coletazos del final del patriarcado. Ni con sus disfraces para no perder el dominio ni con sus distintos rostros, que ahora se muestran caritativos y solidarios… siempre a condición de hacer desaparecer a las mujeres. ¡Qué obsesión histórica! (afortunadamente lo histórico, mal que les pese a muchos, empieza y termina, no es eterno, y el patriarcado ha llegado a su final porque la libertad femenina y la política de las mujeres lo han conseguido. Lo que queda, todavía muy violento, son esos coletazos de los que hablaba antes).

En toda esta operación de querer permanecer del patriarcado hay mucha violencia y por tanto sufrimiento y cómo evitarlo es el punto que me  impulsa a hablar, no para polemizar que siempre me parece inútil, sino para preguntarme, preguntar y entender para transformarme y transformar.

La solución que se ofrece desde esto que llamo “corriente” desprecia la obra materna de la vida, encarnada en los cuerpos sexuados y con palabra, y está aliada con la mercantilización de la salud. Propone acciones para deshacerse de partes del cuerpo y de procesos vitales que produzcan malestar, en resumen propone transitar a otro cuerpo modificando a cualquier precio el propio como respuesta a las demandas que lo desasosiegan. Nada dicen de las nuevas demandas que se generan en los cuerpos así intervenidos, muchas de ellas peligrosas y adictivas, como lo son muchas cirugías pretendidamente estéticas que crean dependencias tristes y dolorosas.

La promesa de libertad y felicidad, que vuela por las redes, y que se asegura previo pago de costosos y arriesgados tratamientos, llega a gente cada vez más joven y desorientada por el difícil mundo de la falsificación en el que han nacido. La promesa es que se sentirán mejor, porque eligiendo el camino de la medicalización y la cirugía encontrarán su libertad. Pero donde hay engaño y una presión social como la que estamos viviendo pienso que no hay elección.

La raíz de esa presión consiste en convencerte de que el malestar de que tu cuerpo no encuentre acomodo en tu vida podrás cambiarlo sin límites hasta conseguirlo, como si esto fuera posible y deseable. Y de que eres tú quien  tiene la llave para buscar soluciones individuales que, paradójicamente, te harán sentirte original renunciando a tu origen. Pero el malestar proviene del desorden postpatriarcal, neoliberal y neocapitalista en que vivimos, que lo ha generado antes desde fuera de ti (y lo mantendrá igual después del tratamiento). Un desorden que no tiene solución en el mercado sino en crear y mantener las condiciones para una convivencia en la que podamos habitarnos con verdadera libertad. Habitarnos en paz y con felicidad en los cuerpos recibidos y cuidados como requiera cada caso, como los cuidan las madres o quienes estén en su lugar para hacernos viables en la infancia.

La elección de rechazar o minusvalorar el cuerpo que tienes y/o mutilarlo, para adaptarte a un nuevo canon que cubra una pluralidad infinita de identidades construidas, a mi modo de ver no es una elección libre sino inducida y en ella te juegas la vida consumiendo tratamientos dañinos y con frecuencia irreversibles. Sé que decir esto no queda moderno, no triunfa en las redes, pero lo veo y lo digo con la libertad de quien no gana fama ni poder ni dinero con ello, ese dinero que aspira a ser la medida de todo en el mundo actual, aunque afortunadamente no lo consiga siempre. Lo digo con la libertad de quien quiere entender y convivir en paz, no dominar.

En medio de la confusión y el comercio salvaje, sí que veo, y me duele, el sufrimiento, desconcierto y confusión causados por intereses económicos incalculables, pero causados sobre todo por las viejas luchas de poder para controlar el cuerpo femenino y sus frutos, para controlar el planeta y el más allá y para controlar todo lo imprescindible para una vida buena. Por esto hablo porque no quiero dar por buena la que se ofrece como tal y me parece nefasta.

Faltan palabras y debates para entender y sobran combates organizados por quienes gustan de hacer siempre dos bandos, en este caso en pro y en contra de la llamada libertad de autodeterminarse y de transitar. Hay prisa en clasificar a una parte de la sociedad como transfóbica y excluyente,  adornada de todos los males sin mezcla de bien alguno, y transfílica e incluyente, adornada de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. Así nacen y se hacen las guerras. Las guerras interesan siempre al poder que se ejerce con violencia en muy distintos niveles, como sabemos bien las feministas que no cedemos ante esa primera violencia que muchos hombres ejercen sobre las mujeres en el mundo entero, raíz de todas las demás violencias.

Yo no cedo porque me sostienen el amor a la libertad femenina, la política de las mujeres y la relación, especialmente con las amigas del Grupo de Lectoras “Emilyanas”,  de la Comunidad Femenina Libre “Pocas pero bastantes” y de Sabina editorial. Ahora también, como un regalo inesperado, con “Las Feministas Lúcidas”.

Por todo esto, después de conocer a Jessica Gamboa Valdés y a Andrea Franulic Depix y de seguir publicando con Carmen Oliart Delgado de Torres en Sabina editorial libros necesarios para leer el mundo, lo que se me ocurre hacer es seguir hablando, esta forma preciosa de hacer política. Por eso me ha interesado propiciar este encuentro-conversación, sin otro fin que hablar y seguir hablando todo lo que haga falta, para desvelar, nombrar, compartir, entender. Para amar el mundo una y otra vez sin desesperar.

Presentación de Jeka.

Jessica Gamboa Valdés. Hija de Cecilia y nieta de Zoila, la mayor de dos hermanas y un hermano. Se dedica a la docencia universitaria en la carrera de trabajo social. Actualmente es alumna del máster de estudios de la diferencia sexual de DUODA. 

Se formó en el Feminismo Radical de la Diferencia con Andrea Franulic, y juntas el año 2014 emprendieron la aventura de difundir y estudiar la genealogía del pensamiento libre de las mujeres a través de un club de lecturas, espacio que, junto a otras, llamaron Feministas Lúcidas, al que  reconoce ser su escuela de la política, la política de la relación, la política de las mujeres.

También colabora desde el año 2016 con la página web de Autonomía Feminista, un espacio fundado por Sandra Lidid y Kira Maldonado, feministas autónomas chilenas de los años 90, donde también comparte actuancia con Andrea. 

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Amor entre Hildegarda y Ricarda, Andrea Franulic

Amor entre Hildegarda y Ricarda1

El hondo dolor que siente Hildegarda cuando Ricarda la abandona lo he sentido solo con la amada. Por esto, sé que Hildegarda y Ricarda tienen una relación de amor: un amor profundo, sensual, espiritual, ¿carnal? Esta dimensión carnal, Margareth Von Trotta la sugiere, sutil, en las miradas que se cruzan Hildegarda y Ricarda, dejándola en el misterio de sus ojos. Visión. Vida de Hildegarda de Bingen me podría parecer una película de existencia lesbiana, pero creo que el nombre no se ajusta del todo a la experiencia de la relación entre mujeres que este filme retrata. Intentaré explicar, en las próximas líneas, por qué el nombre no se ajusta del todo a la experiencia.    

Hildegarda y Ricarda se llaman una a la otra “madre” e “hija”, lo que me ha traído de regreso una de las citas más enigmáticas del texto Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana: “Yo percibo la experiencia lesbiana como algo que, al igual que la maternidad, es una experiencia profundamente femenina, con opresiones, significados y potenciales concretos…”. Me resuenan dos cosas, lo de “profundamente femenina” y que aparezca, al lado de la maternidad, la experiencia lesbiana. Desde lo que he aprendido en los últimos años, puedo darles sentido a estas palabras de tal forma que caigo en cuenta de que la madre siempre está antes y que la relación de la madre con su criatura está siempre antes también, en especial la relación nuclear de la madre y la hija. Sin duda, es “profundamente femenina”, pues se trata de una experiencia donde se es dos y se enseña la lengua materna, siendo esta capacidad de ser dos, el más femenino que tienen en común la madre y la hija.

El vínculo entre la madre y su criatura es muy sensual. Una sensualidad que se expresa en el amamantamiento y también en la comunicación riquísima que se da en los primeros meses de vida, cuerpo a cuerpo con la madre, como dice Luce Irigaray, o en el círculo de carne, como lo llama Luisa Muraro. A su vez, en esta comunicación primigenia, descansa el “origen del sentido”, afirma Patrizia Violi. Se trata de una comunicación sobre todo táctil, paralingüística, donde no necesariamente se usa la lengua ya simbolizada, más bien, se trata de un intercambio pre-semiótico, completamente indispensable para la configuración simbólica posterior. En este origen del sentido, encontramos sensaciones, percepciones, pulsiones, emociones, entre otras dimensiones significantes. Según la semióloga italiana, esta forma pre-semiótica de comunicación se actualiza en la vida adulta con determinadas experiencias: con la experiencia poética, por ejemplo, y también en el encuentro sexual.

Me hace sentido todo esto si pienso la existencia lesbiana como este encuentro sensual, además de amoroso, entre dos mujeres, dos cuerpos sexuados semejantes, que remembra la relación de la madre y la hija. Esta remembranza trae de regreso la lengua materna, la comunicación, la sensualidad de las palabras, junto a la sexualidad femenina libre, es decir, inseparables son la sexualidad femenina de la comunicación; equidistantes son los labios de la vulva y los de la boca. Por eso, María-Milagros Rivera Garretas recuerda la sexualidad de las caricias de Carla Lonzi, donde la vida de la carne no se separa de la vida del alma, donde el placer carnal es también placer espiritual, creación abierta al infinito, cuya depositaria es la madre, al ser depositaria de la lengua materna. Hildegarda y Ricarda conforman una relación de amor entre mujeres, plenamente sensual y creadora. El llamarse madre e hija da cuenta de la disparidad del vínculo, de la autoridad primera y anterior de la madre, pues Ricarda se fía en la sabiduría visionaria y en la excelencia femenina de Hildegarda de Bingen y ambas crecen espiritualmente en reciprocidad amorosa y dispar.

Volviendo a Adrienne Rich, quiero citar otra reflexión donde los límites de la existencia lesbiana se disuelven para integrarse en una idea más amplia y profunda que es la de continuum lesbiano. La amplitud del erotismo femenino, no reductible al masculino y más allá de toda genitalidad fragmentaria, se manifiesta en la siguiente cita de la autora: “Pero si profundizamos y ampliamos la gama de lo que definimos como existencia lesbiana, si trazamos un continuum lesbiano, empezaremos a descubrir lo erótico en términos femeninos: como aquello que no está reducido a una única parte del cuerpo o solo al propio cuerpo; como una energía no solo difusa sino, como lo describe Audre Lorde, omnipresente en ‘la alegría compartida, física, emocional o psíquica’ y en el trabajo compartido; como la alegría que nos llena de fuerza…”. Con esta idea más amplia, podría decir que la película Visión. Vida de Hildegarda de Bingen me parece de continuum lesbiano.

Para mí, el continuum de Adrienne Rich atisba el hilo de oro del femenino libre. Entre los ricos y diversos ejemplos que da de este continuum, nombra a las beguinas o beatas, a las místicas, a las brujas, a las spinters, a los matrimonios bostonianos, a Chloe y Olivia de Virginia Woolf, a Emily Dickinson y Susan Gilbert, a Safo y su escuela femenina, entre otros. Los ejemplos expresan diversas relaciones entre mujeres, cuyo común denominador es la creación femenina libre que nace del hecho de que todas se salen del contrato sexual, ya sea viviendo en comunidad, viviendo de a dos, viviendo en los bosques, amurallándose, viajando, etc. Por eso, pienso que el continuum incluye experiencias de mujeres que conciben criaturas sin coito y conceptos sin falo2. Con otras palabras, el continuum contiene experiencias femeninas que forman parte de la política sexual femenina, basada en el propio placer, que es el placer clitórico.

Adrienne Rich introduce el continuum y, en especial, la existencia lesbiana para distinguirla del lesbianismo, porque este último va ligado a la política de la identidad, que se sostiene en el Falo. Es más, Adrienne Rich quiere ir más allá y significar, aunque no lo exprese así, el placer clitórico que viene de la madre, y que es carnal y espiritual al mismo tiempo, como una experiencia profundamente femenina y lesbiana. La autora define la existencia lesbiana como la creación constante de significados de esta experiencia. La identidad lesbiana, en cambio, viene (pre) fijada por los códigos dominantes y absorbe la experiencia del amor entre mujeres en el saco sin fondo de la denominada “diversidad y disidencia sexual”. Sin embargo, pese a que la propuesta de Adrienne Rich se acerca más a nuestro ser y sentir de mujer, la palabra lesbiana se mantiene tanto en la expresión continuum lesbiano como en la expresión existencia lesbiana y, en este sentido, y volviendo a la idea del inicio, sigue nombrándonos con una etiqueta relacionada a la sexualidad, colocando a esta como “lugar de enunciación”.

Ahora bien, con el final del patriarcado, que es el final del régimen del Uno, ¿es necesario visibilizar la palabra lesbiana? A mí me parece que todavía en ciertos contextos sí, pues la inexistencia simbólica del amor entre mujeres aún es muy grande y, además, la batalla por lo simbólico3, que llevan a cabo los poderes agónicos del presente, la quiere hacer más grande, puesto que están permanentemente reforzando las políticas de identidad, encajando el “lesbianismo” donde debe estar: en el arcoiris identitario LGTBI. Por eso, algunas veces, y cuando lo siento necesario, me nombro en la existencia lesbiana o en el sentido libre de ser mujer lesbiana. Aunque, pensándolo mejor, estar más allá de la batalla por lo simbólico en el final del patriarcado implica darle existencia simbólica, sacarla a la luz del sol, cada vez más y mejor, con continuidad y vigencia4, no tanto la palabra lesbiana en sí como la experiencia del amor entre mujeres y toda su dimensión significante abierta al infinito.

El amor entre mujeres descansa solo en saber que somos todas clitóricas; en saber que somos nacidas mujeres y nacidas de mujer y así algunas nos reconocemos, sin más5. La experiencia del amor entre mujeres, erótico, sensual, carnal, creador y espiritual, tiene que ser dicho desde el partir de sí que se abre y salta cualitativamente a la relación, y ya no solo desde aquel que se queda en el “estar expresadas”. En el presente, el significar libre de Falo, el amor intenso, misterioso y profundo entre Hildegarda y Ricarda, o entre Sor Juana y la Condesa de Paredes, nos da una existencia simbólica potente, con referentes de excelencia femenina, donde las mujeres que aman a las mujeres “no quieren ser ni vivir como los hombres son y viven”6, donde entrar al quirófano no es necesario para amar a otra mujer, dando un ejemplo extremo en el que la confusión patriarcal entre sexo y sexualidad llega a un nivel tremendo de destrucción de la obra de la madre al intervenir los cuerpos con heridas y dolor.

Pienso que, en el final del patriarcado, la existencia simbólica del amor entre mujeres toma los hilos de las civilizaciones pre-patriarcales y del pensamiento de las mujeres, más allá de la teoría feminista, significando nuestros vínculos amorosos y eróticos con el misterio y la belleza de la relación sin fin, propia del simbólico de la madre, que trae confianza-libertad, autenticidad, fidelidad, lealtad, compañerismo y Amor, el que es apertura a la otra diferente de mí, apertura al misterio de su unicidad impenetrable7, como la mía: ¿no es esto acaso lo que me hace sentir bien, placentera, confiada, plena y libre en el amor con la otra? Los lenguajes de la duplicación8, (post)modernos e identitarios, que niegan el sentir y traen desorden simbólico al alma femenina, reducen, empequeñecen y empobrecen la potencia creadora de Amor entre mujeres.


[1]Texto escrito para el curso Sexuar tú la política, impartido por la pensadora de la diferencia sexual María-Milagros Rivera Garretas, Duoda, Universidad de Barcelona. Corresponde al tema 7: Lo personal es político y la razón lesbiana. Y responde a la pregunta elegida: ¿Has visto o puedes localizar en Internet la película Visión. Vida de Hildegarda de Bingen de Margareth Von Trotta? ¿Te parece una película lesbiana o de existencia lesbiana? ¿Por qué?

[2]Ver María-Milagros, Rivera Garretas, El placer femenino es clitórico, Madrid-Verona, Edición Independiente, 2020.

[3]Ver Lia, Cigarini, La batalla por el relato, Revista DUODA, 56, 2019.

[4]      Entrevista a María Zambrano (1904-1991), a cargo de Pilar Trenas, emitida por el programa ‘Muy personal’ (1988) de Televisión española.

[5]Ibíd., 2020.

[6]Ver María-Milagros, Rivera Garretas, 8 de marzo 2018: Día internacional de la miseria femenina. En Duoda. Textos políticos: 8 de marzo 2018: Día Internacional de la Miseria Femenina (ub.edu)

[7]Esta idea la he aprendido con la filósofa de la Tabula Rasa Bárbara Verzini y me ha hecho sentido.

[8]Ver María-Milagros, Rivera Garretas, La diferencia sexual en la historia, Valencia, Universitat de Valencia, 2005.

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¿Qué es la política de la identidad? Andrea Franulic

¿Qué es la política de la identidad? (1)

Me acuerdo que una de las cosas que yo solía decir, años atrás, en mis charlas feministas, era que nadie sabía qué significaba ser mujer. En realidad, todas partíamos un poco diciendo que ser mujer no es lo que los hombres han dicho que es y bla bla, pero tampoco sabíamos nosotras qué significaba serlo y nos quedábamos prendidas de ese no saber. Claro, la pregunta cerraba, porque es una pregunta que trae el “qué” reificador de la política de la identidad. Me dejaba atrapada en un suspenso petrificado. Era una pregunta proveniente de la teoría feminista y no del pensamiento de las mujeres. Era una pregunta que colocaba la palabra “mujer” en una categoría. Era la pregunta por la identidad femenina. Era una pregunta que emergía del régimen del Uno, de la teoría humanista -y antes platónica- de la unidad de los sexos: “¿qué significa ser mujer?, nadie sabe qué significa”.


Nadie sabe porque no se trata de un “qué”. Sin embargo, en lugar de responder así y no solo atisbar la salida, sino elegirla con total libertad y confianza, la pregunta retornaba y volvía a dejarme en el vacío, en el círculo vicioso propio de la política de la identidad. La pregunta, entonces, no es qué se es sino quién se es, afirma Diana Sartori inspirándose en Hannah Arendt. En el fondo, aquello que decíamos, en dichos años, sobre el ser mujer nos servía para esquivar la diferencia sexual, que está contenida en el quién se es, abierto al infinito y al riesgo de revelarse ante otras/otros, con las palabras, en la acción política y performativa. Me impresiona darme cuenta de lo imperceptiblemente sumergida que yo estaba en el régimen del Uno, así como en la teoría de la unidad de los sexos y en la política de la identidad. ¿Va al unísono con el desorden simbólico que permea y perturba la vida del alma femenina? Según mi experiencia, sí. Para mí, fueron tiempos donde el desorden simbólico me habitó bastante y, en su extremo, se manifestó en la confusión de mis labios, en los de la boca y en los de la vulva, con la mudez y con errar de orgasmo (2).


Con esta experiencia, puedo corroborar que la política de la identidad aplasta la diferencia sexual y el alma femenina porque es la política que pretende prescindir de la mediación, de la relación, así como pretende suplantar el origen materno: su obra, simbólico y lengua. La política de la identidad replica el mecanismo de la mentira del origen, esa que dice que los padres son propietarios del Logos, de la palabra, y las madres, en cambio, son solo cuerpo, entendido como la Naturaleza que debe ser dominada. Es la mentira que usurpa la verdad originaria, la que llama reproducción a la potencialidad de ser dos, a la capacidad de procrear del cuerpo femenino. Es la mentira que encubre el pacto violento masculino del contrato sexual/social (3), el pacto que usurpa el orden materno (4), que se apropia del cuerpo femenino y sus frutos, que cancela el placer clitórico al apropiarse de la matriz mediante el coito heterosexual (5).


De esta mentira surge la identidad patriarcal pre-construida, que nos define a las mujeres dentro de una feminidad estereotipada que flota en el éter, para mantener intacta la usurpación/absorción de nuestra potencialidad infinitamente creadora, porque nuestro cuerpo sexuado en femenino trae inscrito el Dos. Así, la identidad, que se pretende original pero que no es originaria, es la duplicación de la diferencia; la identidad de género femenino es la duplicación de la diferencia sexual femenina y la política de la identidad es una duplicación (6) de la política del partir de sí, del quién se es, del nacimiento, del origen materno, de la autoridad, de la política de las mujeres, de la política relacional, de la política abierta (también al conflicto)… usando palabras de Diana Sartori. La política de las mujeres hace simbólico, hace revolución simbólica, no cambiando la realidad, sino cambiando la relación con la realidad (6).


En cambio, la política de la identidad es una política cerrada, muerta y sin voz porque no se dice en singular, es la política de la representación de algo ya dado, la que representa el qué se es y lo incluye/absorbe (transexuales, bisexuales, lesbianas, negras, indígenas, jóvenes, viejas, discapacitadas), reproduciendo el mecanismo del Uno que incluye/absorbe el principio cósmico femenino. La política que uniformiza e instrumentaliza a sujetos y sujetas, sujetados y sujetadas a la falsedad de “ser propietarios/as de sí mismos/as”, a la violencia que trae aparejada el matricidio fundante, para conseguir derechos, cuotas, matrículas, proyectos, puestos, votos, etc. Tiene menos sentido en el final del patriarcado porque el contrato sexual ha caducado, no obstante, los lenguajes del poder o de los distintos ismos siguen defendiendo las políticas de identidad para ocultar el propósito perverso, quienes son más conscientes de ello, de que el contrato sexual siga funcionando, aunque ya las mujeres no creamos en él. De esta manera, tal vez no tan directa y evidente, creo que las políticas de identidad favorecen el llamado “alquiler de úteros”, el sistema prostituidor de mujeres, niñas, niños y el ginocidio (8) del presente.


El partir de sí, sin tergiversaciones, me resuena cada vez más. En Feministas Lúcidas intentamos, cada una intenta, el partir de sí. A medida de que lo comprendo en profundidad también afino mi
práctica. El año pasado, con las condiciones determinadas por la pandemia, nos reunimos virtualmente con otras mujeres y conversamos en torno a las lecturas de las autoras que escriben sobre la disparidad en las relaciones entre mujeres. Creo que todas las que quisimos hablar en estos encuentros nos pusimos en juego en primera persona e intentamos el partir de sí. Ahora he aprendido que trae un doble movimiento y lo hago consciente en mi propia escritura, sabiendo que el segundo movimiento es el más difícil y no siempre me sienta segura de lograrlo.
Asimismo, me aclara su sentido la reflexión de Diana Sartori que dice que partir de sí es “hacer inicio y hacerse inicio”, algo que es solo posible en la relación, con la mediación que necesitamos, en apertura a
la otra/otro, recuperando el punto de vista del nacimiento y de la relación con la madre, quien, en la primerísima infancia cuando su autoridad se siente y se vive sin resistencias, nos enseña la lengua
materna
y aprendemos a “traer al mundo el Mundo” (9). Para esto solo basta, como en el maravilloso pensamiento de las mujeres, y retornando a la pregunta del principio, reconocerse una mujer, mujer.
Solo basta reconocerme mujer, nacida mujer y nacida de mujer (10), más allá de la colocación social de cada una y de las carencias, desigualdades, injusticias y condicionantes históricas impuestas por lo que fue el patriarcado.

1. Ejercicio para el curso impartido por María-Milagros Rivera Garretas, Sexuar tú la política, de la Universidad de Barcelona. Tema 5.
2. Ver María-Milagros, Rivera Garretas, El placer femenino es clitórico, Madrid-Verona, Edición Independiente, 2020.
3. Ver Carole, Pateman, El contrato sexual, Barcelona, Anthropos, 1995.
4. La palabra “orden” es cuestionable. La filósofa Bárbara Verzini prefiere “caos”, la armonía del caos, pues el “orden” es fálico.
5. Ibid, 2020.
6. Para esta reflexión sobre la duplicación, ver María-Milagros, Rivera Garretas, La diferencia sexual en la historia, Valencia: Universitat de Valencia, 2005.
7. Esto lo he aprendido con el tema anterior, el 4.
8. Expresión acuñada por Mary Daly.
9. Para Mundo con mayúscula, ver María-Milagros, Rivera Garretas, Sor Juana Inés de la Cruz. Mujeres que no son de este mundo. Madrid, Sabina, 2019.
10. Tomo estas palabras de María-Milagros Rivera Garretas, de la correspondencia personal a propósito del curso

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Escritos de Feministas Lúcidas

Desmistificar el coito para la libertad de las mujeres , Jessica Gamboa Valdés

Estas breves reflexiones surgen a partir de visualizar las tensiones que se producen a propósito de la aprobación de la ley de aborto en Argentina*

Es cierto que el aborto resulta ser una ganancia de libertad civil para una mujer en una civilización sostenida por el contrato sexual-social y, al mismo tiempo, una cuestión de sobrevivencia para todas las niñas y mujeres que, a diario, experimentan la violencia sexual por parte de los hombres en sus hogares, en las calles, en el trabajo, escuelas y universidades … el sistema prostituyente.

Sin embargo, cuando se habla o discute sobre el aborto se omite el hecho concreto que hay un hombre tras esa necesidad de abortar. Me molesta aún más que algunos o muchos hombres hagan una discusión sobre los cuerpos de las mujeres, autoexcluyéndose del problema, cuando están completamente implicados, es más, son la causa del problema.


Mientras se apele solamente al derecho de decisión de las mujeres en el discurso del aborto, sin decir quién (te)embaraza y por qué (te)embaraza si puede evitarlo – cuidado que acá no se trata de píldoras, condones o responsabilidad afectiva- se trata de contrato sexual y heterosexualidad obligatoria, se trata de COITO, práctica sexual penetrativa/reproductiva con los hombres, fundamento de su política sexual, seguirá existiendo el problema, por eso me/nos molesta.

¿Por el placer de quién he quedado embarazada y por el placer de quién estoy abortando? (Revuelta Femenina, julio de 1970).

La política sexual vigente ha sido, precisamente, el uso desmesurado de nuestra vagina para el placer masculino. Ha sido un abuso sistemático de nuestros cuerpos y que se nos ha incrustado como placer – colonización psíquica y sexual – como adoctrinamiento anclado a la visión falocrática que ha impregnado las relaciones entre los sexos, sobre todo, en el último tercio del siglo XX, con la aparente “revolución sexual” que condujo a nuevas formas de sometimiento, disfrazado de libertad sexual o “consentimiento”.

Para este nuevo siglo de fin de patriarcado, es decir, de desnaturalización del contrato sexual y descrédito de la institucionalidad patriarcal, la política sexual es una discusión ineludible para transformar las relaciones entre los sexos y de los sexos. En palabras claras y simples LA PRÁCTICA NATURALIZADA DEL COITO, aunque moleste a las mujeres feministas [que lo viven así tal cual].

Sabemos la necesidad real de abortar para muchas mujeres por embarazos no deseados o previstos o como resultado de una violación, y sabemos que las instituciones no lo cuestionarán, porque es el fundamento para su poder; las leyes no protegen nuestros cuerpos y sus frutos, ni el gobierno, las policías, los tribunales… ninguna lo hará. Nunca lo han hecho, menos aún, con las mujeres que han sido violentadas sexualmente.

Han sido y somos las mujeres y las mujeres lesbianas feministas, en cualquier contexto y condición, quienes sacamos a la luz las violencias de tantos hombres.

Hablar del COITO/PENETRACIÓN, acto sexual que da placer a los hombres, cuyo efecto de eyaculación- ORGASMO MASCULINO- resulta depositado en el interior de la vagina y el cuello uterino, con amplias probabilidades de embarazo para las mujeres, es central en el debate sobre el aborto. Además de ser profundamente esclarecedor para las niñas y mujeres jóvenes que están observando el proceso.

No podemos seguir condescendientes con un “modelo sexual universalizado” -tanto como el sujeto moderno- apoyado por mitologías, rituales y teoremas misóginos que han cancelado y desplazado el placer propio de las mujeres, de TODAS -EL ORGASMO FEMENINO CLITÓRICO- sin necesidad de coito.

DESMISTIFICAR EL COITO es vital para la libertad de las mujeres [no solo el amor romántico que, por cierto, va de mucho coito].

No se trata de apabullar a las mujeres y desalentar la lucha feminista, al contrario, es muy importante contar con las condiciones mínimas de protección y atención ante tanta violencia masculina. Lo importante es no confundirnos entre las reivindicaciones y lo que resulta de las leyes, con el debate de fondo.

Gracias a los análisis de nuestras predecesoras es que hemos aprendido a nombrar esta realidad para reconocer cómo se nos ha impuesto la política sexual masculina, al colocar el coito en el centro de las relaciones entre los sexos. Por ello, creo que quedarnos con “el viejo problema del aborto” (Revuelta Femenina) no da más ancho. La propuesta consiste en la apertura de cada una, en su singularidad, a nuestra única y verdadera revolución femenina: la revolución clitórica.

Quiero mencionar, especialmente, a estas autoras que me inspiran y dan auge:

Carla Lonzi (1970) La mujer clitórica y la mujer vaginal.

Adrienne Rich (1980) La Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana.

Carole Pateman (1988) El Contrato sexual.

María-Milagros Rivera Garretas (2019) Los manifiestos de Rivolta Femminile. La revolución clitórica.

Andrea Franulic Depix (2019) La revolución será clitórica o no será.

María-Milagros Rivera Garretas (2020) El placer femenino es clitórico.

* que incluye la figura de persona gestante.