Categorías
Escritos de Amigas de Feministas Lúcidas

Carta para Ana Mañeru, Capi Corrales

Madrid, 17 de abril de 2021

Querida Ana,

Desde niña aprendí que todo proyecto, por pequeño que sea, necesita de un buen trípode, tres sólidas patas sobre las que sostenerse. Te escribo esta carta con tres objetivos. El primero agradecerte, el segundo aclarar las ideas y el tercero ayudarme a recordar.

Ana, gracias por darme oportunidad de asistir a la conversación de ayer tarde, organizada por la Editorial Sabina y el colectivo Feministas Lúcidas, sobre la transexualidad. Cuando hace unas semanas mencionaste que iba a tener lugar y me ofreciste participar, mi primera reacción fue de pereza; la manera en que por lo general se viene encarando el tema de la transexualidad no me resulta adecuada ni interesante, y la idea de pasar varias horas escuchando hablar sobre él no me resultaba especialmente atractiva. Saber, sin embargo, que el encuentro giraría en torno a una entrevista en que dos jóvenes mujeres explican su proceso de detransición sexual (el camino de ida y vuelta, por así decirlo, mujer-hombre-mujer al que han sometido su cuerpo), despertó una curiosidad mayor que la pereza, que me llevó a conectarme ayer. La conversación me encantó Ana. Gracias. Se encendieron bombillas que iluminaron rincones y vericuetos de la cuestión que nunca había visto.

También, a través de algunas de las experiencias compartidas pude entender algo —el primero de los puntos que te describo en la segunda página de esta carta— que una vez entendido me resulta tan obvio como imprescindible de tener en cuenta al pensar en el tema; con frecuencia pasamos por alto lo que tenemos más cerca y justo delante de los ojos. Las explicaciones más sencillas son a menudo las más claras y las fuerzas que más nos mueven tienden a ser las menos sofisticadas e intelectuales y a estar directamente relacionadas con el vivir práctico de cada día.

Finalmente, la manera en que algunas mujeres verbalizaron sus experiencias y reflexiones me ayudó a poner en palabras claras, precisas y limpias verdades que yo ya sabía que lo eran pero que no sabía cómo transmitir. Soy activa feminista desde la adolescencia y llevo años reflexionando con amigas y compañeras de camino muchas de las cuestiones que ahora se debaten de una manera más general dentro y fuera del feminismo. Entender algo no siempre conlleva saber explicárselo a otras y ayer yo aprendí a poner en palabras dos o tres ideas tan sencillas y básicas y como importantes para mí.

Resumiendo: ví, entendí y verbalicé. Gracias, Ana, por semejante regalo.

Escribir es una poderosísima herramienta para aclarar nuestras ideas. Y si lo que se busca, como es mi caso hoy, es tanto aclarar las ideas como transmitirlas, no basta con escribir, es necesario escribir de una manera que haga llegar nuestra voz a quienes nos leen. Tengo sesenta y cuatro años y llevo más de cuarenta de ellos dedicada a la investigación y docencia de las matemáticas en un marco universitario, y escribiendo textos científicos, pedagógicos y de divulgación. En estas décadas he aprendido que para comunicar, además de pulir mis palabras necesito mantenerlas vivas. Y la manera que he encontrado de mantener mis palabras vivas es dirigírselas a alguien en concreto, a una persona con nombre y apellidos. «Querida fulanita, querido menganito…» Todos mis textos publicados, incluso los más técnicos, han cobrado forma como cartas. No son fruto de una perorata dirigida desde mi mesa de trabajo a una masa desconocida, sino cartas de tú a tú, a las que una vez terminadas he quitado el encabezado y dado la forma de libro o artículo. En este caso, Ana querida, he decidido no quitar el encabezado y mantener el texto como surgió, una carta dirigida a tí, Ana Mañeru Méndez.

Querida Ana, me gustaría resumirte en mis propias palabras algunas entre las ideas, reflexiones y experiencias que recogí ayer que me brindaron valiosos temas de reflexión, food for thought que se dice en inglés. Te las describiré tal y como yo las escuché y recuerdo, que probablemente no siempre coincidirá con cómo se dijeron ni con la intención con que se dijeron.

Una mujer de unos cincuenta años nos explicó que siempre ha sido gorda y que de adolescente este hecho la había hecho sufrir mucho. «Si en aquel entonces alguien me hubiese ofrecido una pastilla para adelgazar de inmediato la hubiese tomado, sin pararme a considerar el precio o efectos secundarios posibles.» Al escuchar ayer a esta mujer un escalofrío me recorrió la espalda. Estudié el doctorado en una universidad estadounidense en el estado de Michigan, a diez minutos en coche de Flint, uno de los lugares en que Michael Moore rodó su documental Bowling for Columbine. Conozco, con nombres y apellidos, un montón de personas que en su adolescencia hubiesen estado dispuestas a someterse a cualquier tratamiento y pagar cualquier precio para cambiar el color de su piel, su sexo o las facciones de su cara. De hecho, todas nosotras (como todos ellos) hemos estado a disgusto con nuestro cuerpo en algún momento y también en algún momento, si se nos hubiese ofrecido la posibilidad de cambiar, al menos temporalmente, ese cuerpo, la hubiesemos aceptado. Nunca lo había pensado. Nunca. Algo tan obvio y tan esencial en esta cuestión y nunca lo había pensado.

Varias mujeres contaron haber sido lesbianas desde niñas y haber deseado desde niñas ser hombres no porque se sintiesen incómodas en sus cuerpos, sino porque no veían otra manera de desear los cuerpos de otras mujeres que desde el disfraz de hombres.

De hecho, si hoy tuviese quince años, añadió otra mujer y varias cabezas asintieron en un gesto que implícitamente reconocía la experiencia compartida, me sería mucho más fácil pensar en mi misma como hombre trans que como mujer lesbiana.

El mundo es sólo uno y hay dos sexos en él; no quiero renunciar a mi hermano, hijo también de mi madre. Al escuchar a aquella mujer pensé en mi padre, en alguno de mis hermanos, en algunos de mis tíos y primos, en mis amigos. No quiero renunciar a ellos yo tampoco.

No soy lesbiana, dijo otra mujer, pero no estoy dispuesta a establecer una relación desequilibrada y desigual con un hombre.

Se nos intenta manipular intentando convencernos de que ser mujer es un derecho de todo hombre, y que es injusto que aquellos varones que quieran ejercer su derecho a ser mujer no puedan hacerlo; para hacer justicia a estos hombres, se nos explica, las mujeres hemos de sacrificar nuestra libertad. Al oir describir de manera tan clara y concisa la manipulación con que nos bombardean, no pude evitar escuchar la voz del cantante Miguel Bosé en aquel programa de radio en que, años atrás, defendía su derecho a ser padre. Ser padre no es un derecho, como no lo es ser mujer. Ser padre es un deseo. Ser mujer es un dado de nacimiento. O nacemos mujer o no nacemos mujer.

Ana, querida, gracias una vez más. Por favor, no dejes de avisarme del próximo encuentro. Un beso grande, Capi

Capi Corrales Rodrigáñez
Departamento de Álgebra, Geometría y Topología Facultad de Matemáticas
Universidad Complutense de Madrid

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *