La Lengua materna con su alcance infinito, Ana Mañeru Méndez.
Madrid- Santiago (Universidad de Chile), 13 de mayo de 2021
Gracias Andrea por invitarme a hablar. Es un honor y una alegría para mí poder compartir esta clase con vosotras y vosotros.
Cuando tenía solo cinco años tuve que aprender un pequeño poema para recitarlo en público en el colegio de monjas al que asistí durante trece años. Iba disfrazada de carmelita descalza y representaba a la mística francesa Santa Teresa de Lisieux. El poema, que no he olvidado nunca, decía así:
“Encontré un fácil atajo
para llegar a esta cumbre
y ardiendo en divina lumbre
¡aquí me tienes Señor!”
Pasé mucha vergüenza porque era tímida y lo sigo siendo. Pero a pesar de eso lo recité firme, aunque estaba temblando por dentro como una que obedece (de ob-audire) que oye algo que está fuera y también dentro de sí, su destino, su vida. Desde entonces he tratado de responder a lo que oía lo mejor que he sabido, con temor reverencial pero también con ardor, con pasión. Han sido respuestas a las llamadas que me invitaban a alcanzar cada una de las cumbres que iba encontrando en el camino. La invitación de vuestra profesora Andrea Franulic Depix es una de esas llamadas a la que he respondido sin dudar. Así que ¡aquí me tenéis!
La cumbre de hoy es llegar de nuevo a la lengua materna, recuperar la que aprendimos de nuestra madre en los primeros años de una forma relacional y amorosa, no reglada, cuando ella o quien estuvo en su lugar, nos enseñó a hablar con placer haciéndonos viables en el mundo. Digo llegar de nuevo pues se trata de recuperar la lengua que ya teníamos, la que ella nos regaló. Es decir, se trata de recuperar el cuerpo con su capacidad inseparable de hablar en lengua materna, que es la lengua en la que las palabras se corresponden con las cosas. Esta no es una tarea pesada ni larga ni difícil, como podrían hacernos creer muchos de los tediosos aprendizajes de reglas y normas gramaticales, que hemos recorrido desde la infancia para lograr lenguajes, que se dicen correctos pero no lo son. La nuestra es una tarea que, de hecho, es instantánea y luminosa cuando ocurre. Nunca termina y requiere comprometerte cada vez en la búsqueda del “fácil atajo” que es el del amor a la verdad. El atajo que permite dar un salto de toma de conciencia en libertad. Los atajos de los que hablaré siempre tienen que ver con el amor y con la libertad.
El salto que supone la toma de conciencia en libertad llega cuando te das cuenta de que, con los años, tu lengua materna se ha ido viendo desplazada por distintos lenguajes, los llamados de prestigio social, que se imponen con violencia desde el poder. Son la mayoría de discursos académicos, científicos, económicos, religiosos, políticos y culturales que tapan lo que es, en lugar de desvelarlo y de nombrarlo sin artificios, porque están en juego otros intereses que no tienen nada que ver con el amor, con el amor al mundo y a la palabra que lo nombra con verdad y belleza.
Los lenguajes artificiales que se superponen a la lengua materna construyen realidades paralelas, pseudolenguas falsas como las que hoy circulan a toda velocidad por las redes. Pero no lo ocupan todo, como ocurría con el patriarcado, que finalmente ha terminado aunque todavía sintamos sus coletazos muy violentos. El antídoto es cultivar la lengua materna con esmero como quien tiene un tesoro que debe custodiar. Justo como ya lo hemos hecho y seguimos haciendo muchas mujeres y algunos hombres. Quizá como ya lo estéis practicando en este curso con vuestra profesora. Y el camino está hecho de movimientos que pueden sonar abstractos, pero luego los aterrizaré con ejemplos de la experiencia, de la mía que es de la que puedo hablar.
El primer movimiento es tomar conciencia y no confrontar con los lenguajes artificiales y artificiosos construidos contra la lengua materna. Se trata de usar la propia lengua sin miedo, junto con otras y otros que te ayuden a no perder el principio de realidad y a no perder tu energía, la que necesitas para conseguir lo que deseas.
El segundo movimiento es sustraerse a esos lenguajes todo lo posible, buscando canales nuevos de comunicación o creándolos cuando no los encuentras. Esto no quiere decir montar una cadena de televisión o una multinacional de la tecnología logística-mediática. Con una interlocutora o interlocutor fiable basta y luego vendrán más, con quienes te transformas haciendo(te) lugar en el mundo, haciendo mundo, desplazando y repeliendo los no lugares, los lugares vacíos de mundo, que es como llamo a los lugares de destrucción de sentido. Lamentablemente hay muchos y proliferan, por eso hay que estar muy alerta y en relación para avisarnos cuando nos deslizamos hacia el vacío.
El tercero movimiento es leer autoras y autores que valen la pena porque le dicen algo nuevo a tu vida que te ayuda a entenderte y a entender a otros y a otras. También frecuentar obras de artistas que te tocan el alma y te ayudan a hablar en primera persona, partiendo de ti y dando valor a la experiencia, no a las tonterías que ocupan tanto sin decir nada.
El cuarto es atreverte a hablar como quien eres. El mundo es uno y los sexos son dos, femenino y masculino. Todas y todos Nacemos de mujer, de sexo femenino, como ya escribió Adrienne Rich en los años ochenta en el libro que lleva este título. Cada tiempo histórico tiene sus retos, sus descubrimientos y también sus trampas que nos toca desvelar. Actualmente, yo soy una mujer que quiero ser nombrada y nombrarme como tal en femenino, con todo el respeto hacia quienes no se sientan hombre ni mujer y quieran nombrarse de un modo nuevo, pero nuevo, sin que yo tenga que cambiar mi nombre, cosa que no deseo porque no me siento ni reconozco incluida en los nuevos nombres colectivos que dicen proponerse para no discriminar y discriminan justo a quienes les quitan el suyo con el que están a gusto. Sé que este es un tema muy controvertido pero no tenemos que tener miedo a hablar de él por corrección política que se vuelve incorrección sin más. Por eso me pregunto:
¿Transfobia como oposición a transfília? ¿Transexclusión frente a transinclusión? Son palabras para categorizar en abstracto que se usan para hacer bandos y como insultos. Yo no las uso porque siento que no me corresponden ni me dan ninguna luz, solo veo odio cuando alguien más que pronunciarlas las arroja como quien tira piedras.
¿Lenguaje inclusivo que de hecho excluye, porque quiere sustituir las palabras que dicen hombre y mujer por otras que borren esa diferencia? No lo entiendo, no me parece que tenga sentido.
¿Feministas históricas como oposición a feministas modernas? Mientras estás en la tierra la edad es un factor evidente pero no determinante para tu vida y tu pensamiento. Hay mucha gente joven envejecida y viceversa. Hay una parte de la juventud que desprecia su genealogía e ignora a quienes han vivido antes y han conseguido grandes logros y también una parte de gente vieja que se cierra a cualquier cambio del tiempo presente porque se ha estancado en el pasado sin actitud crítica.
He hablado de movimientos que pueden sonar abstractos pero ahora pondré un ejemplo que muestra cómo son posibles y dan felicidad además de orientarte en la vida. Doy fe de ello con mi propia vida en la que he pasado por muchos trances difíciles, pero siento un profundo agradecimiento a lo que se me ha presentado como destino como oportunidad de sacri-ficio, no en el sentido tradicional de sufrimiento en el que ha derivado esta palabra, sino en su sentido original de sacro-facere, de hacer sagrado algo, en este caso hacer sagrado el propio destino, la propia vida.
Un grupo muy pequeño de profesoras de primaria, en los años setenta del Madrid del siglo XX, hablando simplemente al salir de trabajar en los colegios donde dábamos clase, nos dimos cuenta de que estábamos enseñando una gran mentira repitiendo en el aula lo que decían los libros: que el uso del masculino como si fuera genérico era válido para nombrar a niñas y niños, hombres y mujeres y además era lo correcto.
Primero tomamos conciencia de que esto no era verdad ni para nosotras ni para las alumnas ni para ninguna mujer. Entonces sin discutir ni pedir permiso a nadie, empezamos a hablar en femenino y en masculino, en clase, en las reuniones del claustro y en los movimientos de renovación pedagógica que frecuentábamos. Este gesto tan sencillo que no necesitaba leyes ni presupuestos fue una revolución, solo contestábamos escuetamente a los ataques que recibíamos por nuestra iniciativa, que fueron muchos y disparatados. Algunos compañeros se unieron tímidamente a este cambio y fue muy de agradecer porque ellos también recibieron críticas. A partir de ese momento ya nunca más aceptamos ni volvimos a enseñar el lenguaje masculino usado como si fuera universal, al que, por cierto, llamaban también inclusivo pero con un significado precisamente opuesto a su uso actual..
El segundo paso fue seguir la pista a lo que íbamos descubriendo y tratar de escribirlo: en resumen vimos que ese lenguaje lo impregnaba todo, las relaciones de y entre los sexos, las concepciones violentas de la sexualidad, el desprecio por lo femenino, la falsificación de la genealogía femenina, los usos del tiempo y los espacios de alumnas y alumnos, los juegos, los libros de texto, las actividades extraescolares, las relaciones con las madres y los escasos padres, las jerarquías escolares de todo tipo, donde ellos tenían el poder aunque casi nunca la autoridad. Tengo miles de anécdotas de aquellos años en los que vivimos esta revolución simbólica apasionante, nosotras dimos un salto del orden simbólico, un salto del lenguaje establecido para recuperar la lengua materna. Un salto de vértigo para el patriarcado que empezaba a tambalearse. Ahora sé contarlo, pero entonces toda la energía la empleábamos en vivirlo Y está bien porque cada cosa tiene su momento.
El tercer paso fue dedicarnos a leer autoras y algún autor y comentar, concretamente yo leía a San Juan de la Cruz por su poesía amorosa, que ampliaba también el horizonte de libertad masculina. Nuestras autoras favoritas fueron Adrienne Rich y Emily Dickinson, estas fueron las primeras para mí. María Zambrano, Clarice Lispector, Luce Irigaray, Luisa Muraro y Milagros Rivera vinieron después junto con colaboradoras de las revistas Via Dogana, editada en Milán, y Duoda, editada en Barcelona. Tratábamos de captar las palabras que resonaban en nosotras con júbilo por expresar con acierto y precisión lo que sentíamos. Luego las repetíamos como mantras, porque nos servían para responder a lo que queríamos decir pero aún no sabíamos cómo o no nos atrevíamos a decirlo con palabras propias.
El cuarto paso fue cuidar, revisar y recrear la lengua que hablamos, hablar y escribir venciendo el temor a equivocarnos, a no saber bastante, cultivando las relaciones de reconocimiento de autoridad femenina entre mujeres y también con hombres no patriarcales. A pesar de los fracasos, quisimos seguir confiando para fundar lo que deseábamos que existiera y no estaba en el mundo, viendo con tristeza el fin de algunos proyectos pero ilusionadas por el nacimiento de otros, dejando caer con ligereza lo que nos sirvió en su momento pero ya no nos servía más. Se trataba y se trata de cuidar mucho las palabras cada vez, para que no se filtren el poder y la violencia, para no dejarnos deslumbrar por el conocimiento científico y técnico, casi siempre ciego a la vida y las relaciones, para que no nos arrastren la ciencia positivista con su acumulación de datos abstractos que oscurecen el saber concreto de la experiencia y nos dejan sin suelo, sin aire y sin agua. Sin fuego también, ese fuego que nos hace arder en la divina lumbre, de la que hablaba el poema que recité cuando era muy pequeña sin saber todavía su alcance cósmico, fuego de estrellas, de constelaciones, de galaxias, de infinito. Un fuego que nunca he olvidado.