En los años 60, Kate Millet plantea que la cuestión de la jerarquía pone al los nacidos hombres en un plano de superioridad sobre las nacidas mujeres y que esto va más allá de las clases sociales, las diferencias raciales y políticas. Es entonces cuando el movimiento feminista asoma la cabeza desde el feminismo de la igualdad y pone en cuestión la base histórica política y económica del patriarcado. Esta nueva mirada cuestionará la relación de la civilización con el planeta.
Desde esos tiempos la política de los acuerdos entre machos se inmiscuye en el movimiento feminista para volverlo a poner en la política de la igualdad patriarcal. En los años 80, muchas feministas resistimos, pero la intervención de la Cooperación al Desarrollo, sus programas y dineros, concretaron la división del movimiento feminista. Un enjambre de ofertas logró que dejáramos de ser compañeras o hermanas y aparecieron las “expertas” en mujerío.
En Chile, desde el feminismo autónomo denunciamos la intervención de las políticas patriarcales que se apropiaron de la Casa de la Mujer La Morada y de Radio Tierra y Casa Sofía, todas instituciones que fundó Margarita Pisano para que el feminismo creciera como un hecho político autónomo, libertario y digno. A poco andar, la cooperación al desarrollo recupero esas instituciones para que volvieran al caudal de la ideología de la igualdad patriarcal. En esa misma época, cada partido de la igualdad en el neoliberalismo creó su propia institución de mujeres y desde allí implementaron los programas que la cooperación al desarrollo tenía para las mujeres. Muchas mujeres de esas instituciones se han beneficiado durante 30 años del simulacro de democracia neoliberal.
La autonomía fue invisibilizada, descalificada, menospreciada y sobre todo, aislada. Frases como “nuevo trato”, o palabras como propositivo, inclusión, conciliación, reconciliación aparecen en el lenguaje cotidiano. El pueblo y básicamente las mujeres son representadas como objeto de beneficencia. Este lenguaje que nos señala como vulnerables, en situación de riesgo, de calle y otros, oculta la responsabilidad de los victimarios.
Fueron más de 30 años difíciles. No encontrábamos a nuestras compañeras… hasta que el estallido social y la explosión de un feminismo desconcertante por sus masividad, variadas formas y contenidos, irrumpe en las calles. Ese feminismo es heredero de la resistencia al neoliberalismo y al patriarcado. Pero no solo el feminismo autónomo está al origen de la revuelta, son múltiples las personas y organizaciones artístico-culturales y políticas que han resistido desde los más recónditos y acorralados lugares del territorio.
Hoy el patriarcado, amenazado en sus raíces, tiembla y dispara para espantar a la bandada. No tiene con quien conversar, con quien dialogar, con quien sentarse como gente “decente” a planificar la gobernabilidad.
Los monstruos de la gobernabilidad desatan sus feroces demonios contra el estallido social. Sin embargo este los desafía una y otra vez. Los monstruos saben que a la primera de cambio su sistema puede reventar. Los monstruos de la gobernabilidad están despavoridos, perciben el despeñadero que tienen a sus pies. Los monstruos buscan en el basurero de la historia y se agarran de lo que encuentran a mano para no caer al despeñadero. Balbucean que son feministas y a falta de convicción sacan a relucir mujeres dispuestas a dar un pasito más en la ignominia. Estas mujeres llaman a la gobernabilidad, la reconciliación, la concordia, la paz, la igualdad, y desde un supuesto feminismo y por un puñado de pesos, negocian directamente con la extrema derecha, con la misma que ayer, hoy y mañana violaron, violan y violarán los derechos fundamentales para la sobrevivencia del planeta.
Sandra Lidid
abril 2021