El feminismo radical de la diferencia es una corriente que forma parte del pensamiento y la acción libres de las mujeres a lo largo de los siglos. En muchos momentos de la historia, se ha preservado de forma subterránea para sobrevivir, porque el régimen patriarcal se ha esmerado, con la crueldad que lo caracteriza, en borrarlo, tergiversarlo, fragmentarlo y absorberlo, pues siente amenazados los pilares de su civilización. Y con toda razón tiemblan, porque cuando las mujeres establecemos vínculos políticos, creativos, libres y confiados entre nosotras, vínculos lesbianos, algún pilar de la cultura del Hombre se agrieta, o derechamente se desmorona.
En el contexto de este foro, apenas puedo abarcar una pequeña parte de esta corriente en mi intento por definirla. Cada una después de esto, y si logro provocar el interés suficiente, sentirá la necesidad de profundizar y descubrir a las pensadoras radicales, a nuestras antecesoras y contemporáneas. Y por supuesto que hay mucho que descubrir y profundizar, he dicho que se trata de un pensamiento secular. Por hoy, nos fiaremos de unas predecesoras radicales, relativamente próximas en el tiempo: las pensadoras de los años sesenta / setenta; tergiversadas sus ideas, hasta el día de hoy, por lúcidas y visionarias. A partir de su obra escrita, que comprenderla ha sido parte del trabajo que hemos venido realizando en feministas lúcidas (2), selecciono una de las conceptualizaciones brillantes e imprescindibles para no perder la pista. Me refiero a la experiencia común de las mujeres.
Esta es una idea poderosa por varias razones. Implica identificarse con las mujeres y esto es difícil en una civilización patriarcal donde el mandato consiste en que las mujeres debemos identificarnos con los hombres, quienes se auto-asignaron lo humano por excelencia. Es difícil lograr esta identificación con las mujeres en una civilización misógina que nos define, según Kate Millet, como seres de una “inteligencia inferior, una marcada complacencia instintiva o sensual, una naturaleza emocional primitiva o infantil (…) una insidiosa propensión al engaño y a la ocultación de los sentimientos”. Sin duda, las mujeres querrían diferenciarse del colectivo de las mujeres, no querrían sentirse “igual a todas”. Shulamith Firestone dice que el peor insulto para una mujer es decirle que es “como todas”. Asimismo, “la mujer especial” se enorgullece de no ser igual a las demás, y ese orgullo es legitimado por el reconocimiento de su inteligencia por parte de un varón. Así opera la misoginia entre mujeres: estratagema patriarcal para mantenernos apartadas, aisladas y divididas, ignorantes de nosotras mismas y de nuestra historia.
¿En qué consiste la experiencia común? ¿Qué engloba? Tendríamos, al menos, que re-pensar este concepto. Las mujeres nacemos en una civilización misógina y patriarcal, esta es una realidad para todas. El hecho fundante del dominio consiste en negar la diferencia sexual de las mujeres: diferencia primaria con la que somos arrojadas al mundo concreto. Esto sucede en el régimen del uno, lo llaman así, al régimen patriarcal, las italianas de la diferencia. Esto quiere decir que los hombres nos han definido a su medida (en esto consiste la negación), haciendo desaparecer la diferencia como principio existencial, y el producto es lo que llamamos la feminidad patriarcal. El modelo del eterno femenino está formulado a partir de la experiencia de un cuerpo sexuado que nos es absolutamente ajeno… imaginemos el resultado. Nosotras no nos hemos erigido en la medida de todas las cosas, representantes del género humano, y definido a ellos; al contrario, estamos hartas, asqueadas de cualquier acto de prepotencia, pues sabemos en lo que acaba el mundo.
Cuando no contamos con historia propia, porque silencian nuestras genealogías y al mismo tiempo entorpecen su búsqueda por parte nuestra, cuando nuestra existencia histórica se borra, entonces las mujeres quedamos a la deriva, vagamos confundidas en un desorden simbólico, en una cuerda floja, donde si nos caemos hacia un lado, caemos de bruces en la feminidad patriarcal; y si nos resbalamos hacia el otro, aterrizamos en lo humano. La pérdida de sentido es la misma en los dos casos, pues recordemos que lo humano, en la cultura o civilización hegemónica, es igual a Hombre. E imitar a los hombres ha acarreado experiencias tristes para nuestras vidas. Pero también podemos considerar la feminidad patriarcal como una imitación de los hombres, puesto que se trata de un invento masculino. Nos atrapa el círculo vicioso. Luego todas las otras divisiones socioculturales, fundamentadas en el dominio material y simbólico, y en la lógica y las operaciones del pensamiento androcéntrico, se supeditan a este acto político fundacional, basal.
Las divisiones de clase social, raza, edad u otras, todas, lo que hacen es reforzar una y mil veces, con un sinfín de experiencias dolorosas, el dominio de una cultura que se cimienta en el desequilibrio fundante de que la mitad de la humanidad ha sido definida por la otra mitad. Las mujeres negras, las mujeres trabajadoras, las mujeres universitarias, las campesinas, las intelectuales, las guerrilleras, todas, a partir de sí, con experiencias unas más dolorosas y terribles que otras, pero también, con libertades y confianzas que unas pueden transmitir a otras, nos podríamos unir en el enriquecimiento de un proyecto de mundo, que eche por tierra los pilares en los que se sustenta el régimen del dominio.
Virginia Woolf dice: “como mujer no tengo país, mi país es el mundo entero”. Las mujeres estamos al margen de todas las clasificaciones patriarcales. Las clases sociales de los hombres nos han dividido entre nosotras, así como sus luchas políticas para abolirlas. El mito de que la revolución socialista liberará nuestras vidas como mujeres perdió poder simbólico hace mucho tiempo; el feminismo radical desencadenó dicha pérdida. La división del trabajo primigenia que cruza la especie humana es la división sexual. Sabemos que el socialismo, o cualquier ideología libertaria, solo prolonga nuestra posición de inferioridad en la cultura. La obrera y la burguesa tienen las mismas posibilidades de sufrir el destino de ser subordinadas dentro de la familia patriarcal, y también, y esto tiene un fuerte poder, ambas pueden terminar sus vidas sin historia propia conocida.
La ausencia de referentes para nosotras es abismal. ¿Qué mujeres conocemos que nos puedan guiar en la definición de nuestras vidas?, ¿qué mujeres lúcidas, librepensadoras, valientes? Sin duda, conocemos más de alguna, con cuerpo presente, o a través de la escritura. Cuántas son, y cómo se relacionan unas con otras para hilar un pensamiento, una teoría, una corriente, un movimiento, por dar algunos ejemplos. Lo que hay es una ignorancia impuesta, un manto que cubre todo aquello que es vital para la vida de cada mujer: su cuerpo, su historia, sus relaciones con otras mujeres y con el resto de las especies. En cambio, los arquetipos, los estereotipos y los estigmas de la feminidad patriarcal se refuerzan día a día en la familia, la escuela, la universidad… por nombrar algunas instituciones. ¿Qué sabemos de las feministas que han aportado para que nuestras vidas sean mejores, dónde están, o dónde las encontramos?, ¿las conocemos? En esta misma sala, quién podría nombrármelas y, además, decirme, ¿qué contribuciones a nuestras vidas como mujeres han hecho? Pero estoy segura de que muchas conocemos a Marx o a Foucault. Sin embargo, estos pensadores nos niegan, como muchos de los pensadores del patriarcado, que son misóginos, aunque aparenten, algunos, un paternalismo “progre”. Doy este ejemplo para hacer el contraste entre lo que sabemos y lo que ignoramos.
Las mujeres valientes, que reconocemos en la Historia (y digo “valientes” no en el sentido de lo heroico patriarcal), no han cambiado el rumbo de la humanidad y el planeta en “un estallido de rabia solitario e individual” (Adrienne Rich). Cuando comenzamos a mirar bien, descubrimos que las mujeres siempre han estado vinculadas a sus contemporáneas y a sus antepasadas, y que de estas relaciones han sacado la fuerza para actuar, así como para protegerse y resistir. Muchas veces de a dos, o en pequeños grupos. Tenemos genealogía, un camino trazado con firmeza para encontrar respuestas a nuestras búsquedas, para proyectar otro mundo sin ningún tipo de dominación. Esta genealogía ha sido silenciada. En esta genealogía que, para mí, es el feminismo radical de la diferencia, encontramos las palabras que necesitamos para nombrar aquello que nos cuesta definir, porque si solo tenemos a mano, y muchas veces es así, las palabras del amo, la lengua androcéntrica, quedamos mudas para nombrar las experiencias propias, los sentimientos y pensamientos. Y sin palabras propias, quedamos subsumidas en un desorden simbólico que nos deja vulnerables durante el desarrollo de nuestras vidas. Para que este designio realmente se efectúe y se perpetre, se encarga, esmeradamente, cada una de las instituciones cómplices de la civilización, en especial, la familia, la heterosexualidad obligatoria, la maternidad obligatoria, el modelo sexual genitalista y la estructura del amor/dominio.
¿Seguiremos participando de la gran derrota del Hombre, se pregunta Carla Lonzi? Dejemos que se autodestruya y guardemos algunos vestigios para un museo de lo que fue su cultura anti-todo-lo-vivo, el patriarcado que alguna vez existió. La potencia de nuestra experiencia común es que somos extranjeras de esta cultura androcéntrica, y esto lo afirman casi todas las pensadoras radicales de la diferencia, en el sentido de que no somos las responsables de haber creado una civilización cuya historia es un continuo de crueldades y barbaridades, donde todas las especies corren peligro, la humanidad entera corre peligro. Hemos sido colaboradoras involuntarias, algunas (muchas) han sido y son colaboracionistas, pero el protagonismo en la creación de una sociedad violenta y peligrosa se lo llevan representantes del colectivo masculino, los que durante siglos han estado en los centros de poder, en los centros de producción de cultura, legitimando las matanzas, justificando las exclusiones mediante la ciencia, utilizando a los animales, niños, niñas y mujeres para experimentar con sus cuerpos. La civilización de la tortura ha estado, principalmente, en manos masculinas. Somos extranjeras, y no me siento culpable de la masacre en este mundo, que lo ha llevado al borde de su extinción. De esta extranjería, y esto es lo más importante y hace que lo anterior cobre sentido, surge la potencia de crear otra cultura, un orden simbólico, donde la propuesta, al nacer, sea el placer de la vida, la libertad, la confianza, y no la sobrevivencia, la enajenación y la muerte.
Esta rebelión moral interna en cada mujer, como dice Mary Daly, esta toma de conciencia radical, nos permite experimentar la libertad en el aquí y el ahora, al dejar al descubierto la gran mentira del Hombre, esto es, que existe un ser universal que nos incluye a todos y a todas, y nos iguala. No hay tal universalidad, no hay tal neutralidad, no hay tal objetividad. La inclusión es una mentira peligrosa. Queremos una cultura donde cada quien se auto-defina y defina el sentido de la vida que quiera darse. Las mujeres necesitamos darles libremente sentido a nuestras existencias, nuestra tarea es simbólica, implica la re-significación de todas nuestras experiencias corporales y sociales, y reparar urgentemente el vínculo roto entre nosotras, primariamente con la madre, y luego con las demás, porque este quiebre original lo encarnamos todas. El patriarcado lo necesita para hacer perdurar su civilización de la muerte:
Antes fuimos camaradas Pero ahora os doy órdenes Porque soy un varón Y en mi mano está el cuchillo Y os opero Vuestro clítoris, tan celosamente guardado, Os lo arrancaré y tiraré por tierra Porque hoy soy un varón… (Canto de iniciación de las viejas que practican la escisión del clítoris a las muchachas en África, en Carla Lonzi).
Solo cuando la diferencia primaria se revela, es decir, las mujeres reaccionamos ante la unilateralidad que ha empobrecido nuestras vidas, y recuperamos nuestros cuerpos para nosotras mismas, y nos encontramos cara a cara con nuestras genealogías, entonces en ese momento también abandonamos la imitación burda de los hombres, la que, como dice Shulamith Firestone, solo ha traído pobreza y superficialidad a nuestras vidas, refiriéndose sobre todo a la figura de la mujer moderna y emancipada; por ejemplo, imitarlos en la ciencia, la sexualidad o la política, imitarlos en sus espacios y maneras que ya sabemos derrotadas, en lugar de reírnos, como Virginia Woolf, del culto a sus lealtades irreales, de su sinsentido: la patria, la bandera, los grados, el equipo de fútbol.
Nos merecemos otra cosa, comencemos por buscar en las palabras de nuestras antepasadas y contemporáneas las pistas, y no nos hagamos cómplices de fomentar la ignorancia patriarcal, que siempre se las arreglará para naturalizar nuestra inferiorización. Nuestras fuerzas creadoras y pensantes debemos retornarlas hacia nosotras, y debemos cuidarlas. No las desperdiciemos en luchas ajenas: dejemos de parchar sus crisis, salvar sus espacios fracasados, demandarles derechos y legitimaciones, empoderándolos en su mirada estrecha sobre la vida. El feminismo radical de la diferencia es una propuesta completa de mundo, que toca en sus análisis lo que las ideologías masculinas han dejado intocado, incluso las más progresistas o libertarias; y toca más allá. Este feminismo no necesita complementos ideológicos intrusos. Tampoco es teoría de género. Para mí y para muchas, es el recorrido del pensamiento y la acción libres de las mujeres a lo largo de los siglos. Las invito.
(1) Leí este texto en el Foro “Corrientes del feminismo” (26 de septiembre de 2016), organizado por Secretaría de Sexualidades y Género FECH (Federación Estudiantes Universidad de Chile).
(2) Las autoras que inundan estas páginas son las siguientes: Adrienne Rich, Virginia Woolf, Kate Millet, Shulamith Firestone, Audre Lorde, Mary Daly, Carol Hanish, Carla Lonzi, Rivolta Femminile, Sheyla Jeffreys, las Cómplices (autónomas) chilenas y latinoamericanas, Margarita Pisano, María Milagros Rivera, las Mujeres de la Librería de Milán… y nosotras, las feministas lúcidas del siglo XXI.