Sobre el silencio y el amor (1)
Que sepamos, muchas de las que estamos aquí, que la mudez puede ser fecunda.
Que como una primera operación necesaria para las mujeres en un orden patriarcal está la de romper el silencio, que es la invitación que recibimos de Audre Lorde con tanta pasión (2) y con la razón profunda que nace de la necesidad de decir lo que está mal, lo que nos atropella, lo que nos devuelve en tantos espacios compartidos con hombres, pero también con mujeres, al doloroso silencio de no poder decir por miedo a las consecuencias, pero también por falta de palabras. O la que recibimos de Margarita Pisano con su «estar expresadas», para romper con el hábito femenino de la acumulación de cosas no dichas y de resentimientos, para no sentir que hay una zonas de nuestra existencia y nuestro relacionarnos con las otras y con los otros cuyo ocultamiento nos cause sufrimiento. Idea, la de «estar expresadas», que recoge fecundamente Andrea Franulic para hablarnos del «estar expresadas» para decir lo que tenga que ser dicho por nosotras y para movernos en el mundo en la coincidencia de nuestro sentir con las palabras que lo expresan, es decir, verazmente, coincidencia dada por/en la lengua materna –aprendida por cada una de su madre particular–. Usar la lengua en clave patriarcal, por más que hablemos mucho y nos sintamos ‘expresadas’ es una forma de silencio subrepticio, que no reconocemos pero que duele porque no permite la expresión auténtica de una mujer (Carla Lonzi) que implica estar expresada en lengua materna. (3)
El rompimiento del silencio, entonces, pasa inicialmente por decir al modo que cada una pueda para no callar lo que encuentra mal en el mundo y en ella misma y sus relaciones, y por decir en lengua fiel a su sentir, en lengua materna, después.
Pero una segunda operación es la del retorno de la mudez fecunda, del silencio no impuesto sino del silencio que te salvaguarda de que la parte afirmativa de ti no ocupe de nuevo todo el espacio, como supo decir hermosa y magistralmente Lia Cigarini sobre su propia mudez dentro del movimiento feminista en su texto La objeción de la mujer muda. Mudez que contenía su «objeción» dentro de los grupos feministas donde sentía que el hablar afirmativamente ocupaba en ella de nuevo todo el espacio, su espacio. Una traición a las objeciones que no tienen cómo expresarse en grupos que por su naturaleza exigen estar en permanente diálogo, o quizás, tantas veces, simplemente en permanente hablar. Misma sensación tuvo Carla Lonzi (yo lo entiendo así) cuando deja esta aclaración final en su Escupamos sobre Hegel: «(…) Al presente, esa fase está terminada: la verdadera autoconciencia ha llevado a una expresión estrictamente personal». La expresión estrictamente personal da cabida a los silencios que hacen parte de esa expresión y que en general no tienen espacio en los grupos de mujeres en el movimiento feminista. Y esos grupos necesitan de mujeres que reconozcan la fuente inagotable de sí mismas y de verdad propia que puede ser el silencio. Silencio de no sobre-decir, de no llover sobre mojado, o de no rellenar de tierra espacios que no lo necesitan, como cuando en el texto citado Lia dice «lo no-político excava túneles que no debemos rellenar de tierra», y muchas cosas hay en las relaciones con otras mujeres, y en el existir de una mujer individual, que hoy podemos reconocer, con descanso, como no políticas.
Ese tipo de silencio, el plácido, no el que te duele porque te lo imponen sino el silencio del que eres dueña, guardián del misterio de cada mujer –misterio pisoteado en el permanente hablar–, abre el canal para que cada mujer reconozca, re-vea, re-cree su infinito. El infinito de cada mujer. En este momento hablo de cosas con las que seguramente muchas no están familiarizadas. Yo lo estoy desde hace muy poco, así que dejo solo la palabra en el aire: Infinito, tu infinito de mujer, para que brote en todas o en algunas de ustedes como una semilla dejada no desprevenidamente. Por ahora digo que el infinito no se deja ver en el «somos oprimidas por ser mujeres»; tampoco, y mucho menos, en el «no se nace mujer», ni en el género, o el antigenerismo, o el antitransgenerismo como discursos que acortaron las miras del movimiento feminista, y de las propias mujeres para pensarse. Tampoco en el vano martilleo del «alesbiánate», que es hueco de consigna, que no te dice nada sobre lo complejas –y complejizadas– que son las relaciones entre mujeres, que deja por fuera la profundidad y la riqueza de esa complejidad, que no te explica cómo has de amar a las mujeres, que te carga con el «amarte a ti misma es amar a otras mujeres» pero ni siquiera has resuelto cómo llegas a amarte a ti misma, y, como dice Doménica en su hermoso texto (4), tampoco sucede así, sino que el amor se experimenta con y por medio, o mediante otra mujer. Se pone en circulación. Vas a la otra –o a lo otro– con lo que ya tienes.
El amor es una potencia, o mejor, una sustancia que fluye incesantemente en tu cuerpo. No te la da nadie, no llega alguien y deposita amor en ti, sino que es una sustancia nacida de ti, por tu lado, y en la otra, por su lado, que se intercambia, que se pone en movimiento. No tienes que lograr hazañas para ganártelo o merecerlo, como es la idea del amor, o del respeto o de cualquier valor de intercambio en las relaciones humanas para los hombres. Esta idea de «el respeto se gana». No, tu llegas a alguien anticipadamente en respeto; el respeto es tuyo, no es algo que te dan los hombres ni nadie; el «irrespeto» a ti no es tanto asunto tuyo. Llegas, también, con tu amor, con tu sustancia en tu cuerpo. Y lo pones a fluir entre mujeres. Con hombres, ya sabemos, han tomado el amor de las mujeres y lo han instrumentalizado. La grandeza de la entrega del amor de las mujeres los hombres la han empequeñecido. Han caricaturizado nuestra apertura en modelos de feminidad complacientes con los intereses de los hombres. Dice María Milagros Rivera sobre la prostitución que es una caricatura de la apertura femenina. Que han tomado la capacidad de las mujeres de darse, de dar de sí, de poner en movimiento las relaciones entre los sexos para enjaularla y envilecer así la apertura femenina. No soportan la grandeza femenina, y los frutos de amor de ésta necesitan empequeñecerlos, significarlos a su medida egoísta y violenta.
Entre mujeres, el amor lo descubres. Si estás abierta, si tus procesos de pensamiento no se estancan en las fórmulas ideológicas y las consignas, el amor lo descubres, poco a poco. Un día te descubres admirando la potencia creadora de las mujeres, o sus formas de abundancia y su belleza, con una mirada muy distinta de la mirada pervertida y despreciativa de los hombres, o reconoces en cada mujer a tu par, más allá de la disparidad que a veces nos llega a abismar –y a fascinar–. O cualquier día dices: me enamoré de una mujer, y ni te sorprendes siquiera de lo natural que sientes el movimiento de ese amor. Amor que va y regresa de tu par.
No estoy segura de que el amor sensual entre mujeres sea actualmente una experiencia al alcance de todas después de una buena purga psíquica, que es el primer y fundamental lugar –la psique– de colonización masculina en las mujeres. Pero sí sé, como dice Doménica, que la primera experiencia sensual, cuerpo a cuerpo, de toda criatura humana fue con una mujer, su madre, y que tiene todo el sentido, sentido de experiencia alcanzada o alcanzable, el re-despertar esa sensualidad primera de manos, o mejor, de cuerpo de una mujer, que es una experiencia, cuando se la redescubre en edad adulta, casi, o completamente extática, arrobadora, muy alejada del placer localizado, engañoso del orgasmo vaginal.
Por último quería decir: si tú dices «amo a las mujeres», no lo dices como una idea en tu cabeza. Lo dices, si eres honesta, con el cuerpo, que es el que ama, porque las mujeres no amamos con el cuerpo fragmentado, noción y práctica de amor masculinas, sino que amamos con el cuerpo-unidad. El amor mismo lo experimentamos como una unidad que no excluye la sensualidad, que es amor encarnado y en movimiento, ni el placer, que por María Milagros Rivera podemos expresar hoy que en una mujer es del cuerpo y del alma.
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(1) Texto leído como retroalimentación a la exposición «Amor y Relación en femenino libre» de Doménica Francke-Arjel para la 1a. Feminaria Sobre las mujeres y el amor, organizada por las mujeres de Tallercitas Feministas de México, 2021. Empiezo hablando del silencio y sin aparente contexto porque acepté por amor la invitación de Doménica a hacer retroalimentación, pero con la incomodidad que me produce la obligación de hablar de un tema determinado. En ocasiones como esta suele aparecer mi mujer muda con su objeción.
(2) Audre Lorde, La transformación del silencio en lenguaje y acción.
(3) Andrea Franulic Depix, Claridades y aclaraciones sobre Estar Expresada, Incitada, Santiago, Colección Feministas Lúcidas, 2021.
(4) Doménica Francke-Arjel, Amor y Relación en femenino libre. https://feministaslucidas.org/index.php/2021/09/04/amor-y-relacion-en-femenino-libre/