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Escritos de Feministas Lúcidas

Amor entre Hildegarda y Ricarda, Andrea Franulic

Amor entre Hildegarda y Ricarda1

El hondo dolor que siente Hildegarda cuando Ricarda la abandona lo he sentido solo con la amada. Por esto, sé que Hildegarda y Ricarda tienen una relación de amor: un amor profundo, sensual, espiritual, ¿carnal? Esta dimensión carnal, Margareth Von Trotta la sugiere, sutil, en las miradas que se cruzan Hildegarda y Ricarda, dejándola en el misterio de sus ojos. Visión. Vida de Hildegarda de Bingen me podría parecer una película de existencia lesbiana, pero creo que el nombre no se ajusta del todo a la experiencia de la relación entre mujeres que este filme retrata. Intentaré explicar, en las próximas líneas, por qué el nombre no se ajusta del todo a la experiencia.    

Hildegarda y Ricarda se llaman una a la otra “madre” e “hija”, lo que me ha traído de regreso una de las citas más enigmáticas del texto Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana: “Yo percibo la experiencia lesbiana como algo que, al igual que la maternidad, es una experiencia profundamente femenina, con opresiones, significados y potenciales concretos…”. Me resuenan dos cosas, lo de “profundamente femenina” y que aparezca, al lado de la maternidad, la experiencia lesbiana. Desde lo que he aprendido en los últimos años, puedo darles sentido a estas palabras de tal forma que caigo en cuenta de que la madre siempre está antes y que la relación de la madre con su criatura está siempre antes también, en especial la relación nuclear de la madre y la hija. Sin duda, es “profundamente femenina”, pues se trata de una experiencia donde se es dos y se enseña la lengua materna, siendo esta capacidad de ser dos, el más femenino que tienen en común la madre y la hija.

El vínculo entre la madre y su criatura es muy sensual. Una sensualidad que se expresa en el amamantamiento y también en la comunicación riquísima que se da en los primeros meses de vida, cuerpo a cuerpo con la madre, como dice Luce Irigaray, o en el círculo de carne, como lo llama Luisa Muraro. A su vez, en esta comunicación primigenia, descansa el “origen del sentido”, afirma Patrizia Violi. Se trata de una comunicación sobre todo táctil, paralingüística, donde no necesariamente se usa la lengua ya simbolizada, más bien, se trata de un intercambio pre-semiótico, completamente indispensable para la configuración simbólica posterior. En este origen del sentido, encontramos sensaciones, percepciones, pulsiones, emociones, entre otras dimensiones significantes. Según la semióloga italiana, esta forma pre-semiótica de comunicación se actualiza en la vida adulta con determinadas experiencias: con la experiencia poética, por ejemplo, y también en el encuentro sexual.

Me hace sentido todo esto si pienso la existencia lesbiana como este encuentro sensual, además de amoroso, entre dos mujeres, dos cuerpos sexuados semejantes, que remembra la relación de la madre y la hija. Esta remembranza trae de regreso la lengua materna, la comunicación, la sensualidad de las palabras, junto a la sexualidad femenina libre, es decir, inseparables son la sexualidad femenina de la comunicación; equidistantes son los labios de la vulva y los de la boca. Por eso, María-Milagros Rivera Garretas recuerda la sexualidad de las caricias de Carla Lonzi, donde la vida de la carne no se separa de la vida del alma, donde el placer carnal es también placer espiritual, creación abierta al infinito, cuya depositaria es la madre, al ser depositaria de la lengua materna. Hildegarda y Ricarda conforman una relación de amor entre mujeres, plenamente sensual y creadora. El llamarse madre e hija da cuenta de la disparidad del vínculo, de la autoridad primera y anterior de la madre, pues Ricarda se fía en la sabiduría visionaria y en la excelencia femenina de Hildegarda de Bingen y ambas crecen espiritualmente en reciprocidad amorosa y dispar.

Volviendo a Adrienne Rich, quiero citar otra reflexión donde los límites de la existencia lesbiana se disuelven para integrarse en una idea más amplia y profunda que es la de continuum lesbiano. La amplitud del erotismo femenino, no reductible al masculino y más allá de toda genitalidad fragmentaria, se manifiesta en la siguiente cita de la autora: “Pero si profundizamos y ampliamos la gama de lo que definimos como existencia lesbiana, si trazamos un continuum lesbiano, empezaremos a descubrir lo erótico en términos femeninos: como aquello que no está reducido a una única parte del cuerpo o solo al propio cuerpo; como una energía no solo difusa sino, como lo describe Audre Lorde, omnipresente en ‘la alegría compartida, física, emocional o psíquica’ y en el trabajo compartido; como la alegría que nos llena de fuerza…”. Con esta idea más amplia, podría decir que la película Visión. Vida de Hildegarda de Bingen me parece de continuum lesbiano.

Para mí, el continuum de Adrienne Rich atisba el hilo de oro del femenino libre. Entre los ricos y diversos ejemplos que da de este continuum, nombra a las beguinas o beatas, a las místicas, a las brujas, a las spinters, a los matrimonios bostonianos, a Chloe y Olivia de Virginia Woolf, a Emily Dickinson y Susan Gilbert, a Safo y su escuela femenina, entre otros. Los ejemplos expresan diversas relaciones entre mujeres, cuyo común denominador es la creación femenina libre que nace del hecho de que todas se salen del contrato sexual, ya sea viviendo en comunidad, viviendo de a dos, viviendo en los bosques, amurallándose, viajando, etc. Por eso, pienso que el continuum incluye experiencias de mujeres que conciben criaturas sin coito y conceptos sin falo2. Con otras palabras, el continuum contiene experiencias femeninas que forman parte de la política sexual femenina, basada en el propio placer, que es el placer clitórico.

Adrienne Rich introduce el continuum y, en especial, la existencia lesbiana para distinguirla del lesbianismo, porque este último va ligado a la política de la identidad, que se sostiene en el Falo. Es más, Adrienne Rich quiere ir más allá y significar, aunque no lo exprese así, el placer clitórico que viene de la madre, y que es carnal y espiritual al mismo tiempo, como una experiencia profundamente femenina y lesbiana. La autora define la existencia lesbiana como la creación constante de significados de esta experiencia. La identidad lesbiana, en cambio, viene (pre) fijada por los códigos dominantes y absorbe la experiencia del amor entre mujeres en el saco sin fondo de la denominada “diversidad y disidencia sexual”. Sin embargo, pese a que la propuesta de Adrienne Rich se acerca más a nuestro ser y sentir de mujer, la palabra lesbiana se mantiene tanto en la expresión continuum lesbiano como en la expresión existencia lesbiana y, en este sentido, y volviendo a la idea del inicio, sigue nombrándonos con una etiqueta relacionada a la sexualidad, colocando a esta como “lugar de enunciación”.

Ahora bien, con el final del patriarcado, que es el final del régimen del Uno, ¿es necesario visibilizar la palabra lesbiana? A mí me parece que todavía en ciertos contextos sí, pues la inexistencia simbólica del amor entre mujeres aún es muy grande y, además, la batalla por lo simbólico3, que llevan a cabo los poderes agónicos del presente, la quiere hacer más grande, puesto que están permanentemente reforzando las políticas de identidad, encajando el “lesbianismo” donde debe estar: en el arcoiris identitario LGTBI. Por eso, algunas veces, y cuando lo siento necesario, me nombro en la existencia lesbiana o en el sentido libre de ser mujer lesbiana. Aunque, pensándolo mejor, estar más allá de la batalla por lo simbólico en el final del patriarcado implica darle existencia simbólica, sacarla a la luz del sol, cada vez más y mejor, con continuidad y vigencia4, no tanto la palabra lesbiana en sí como la experiencia del amor entre mujeres y toda su dimensión significante abierta al infinito.

El amor entre mujeres descansa solo en saber que somos todas clitóricas; en saber que somos nacidas mujeres y nacidas de mujer y así algunas nos reconocemos, sin más5. La experiencia del amor entre mujeres, erótico, sensual, carnal, creador y espiritual, tiene que ser dicho desde el partir de sí que se abre y salta cualitativamente a la relación, y ya no solo desde aquel que se queda en el “estar expresadas”. En el presente, el significar libre de Falo, el amor intenso, misterioso y profundo entre Hildegarda y Ricarda, o entre Sor Juana y la Condesa de Paredes, nos da una existencia simbólica potente, con referentes de excelencia femenina, donde las mujeres que aman a las mujeres “no quieren ser ni vivir como los hombres son y viven”6, donde entrar al quirófano no es necesario para amar a otra mujer, dando un ejemplo extremo en el que la confusión patriarcal entre sexo y sexualidad llega a un nivel tremendo de destrucción de la obra de la madre al intervenir los cuerpos con heridas y dolor.

Pienso que, en el final del patriarcado, la existencia simbólica del amor entre mujeres toma los hilos de las civilizaciones pre-patriarcales y del pensamiento de las mujeres, más allá de la teoría feminista, significando nuestros vínculos amorosos y eróticos con el misterio y la belleza de la relación sin fin, propia del simbólico de la madre, que trae confianza-libertad, autenticidad, fidelidad, lealtad, compañerismo y Amor, el que es apertura a la otra diferente de mí, apertura al misterio de su unicidad impenetrable7, como la mía: ¿no es esto acaso lo que me hace sentir bien, placentera, confiada, plena y libre en el amor con la otra? Los lenguajes de la duplicación8, (post)modernos e identitarios, que niegan el sentir y traen desorden simbólico al alma femenina, reducen, empequeñecen y empobrecen la potencia creadora de Amor entre mujeres.


[1]Texto escrito para el curso Sexuar tú la política, impartido por la pensadora de la diferencia sexual María-Milagros Rivera Garretas, Duoda, Universidad de Barcelona. Corresponde al tema 7: Lo personal es político y la razón lesbiana. Y responde a la pregunta elegida: ¿Has visto o puedes localizar en Internet la película Visión. Vida de Hildegarda de Bingen de Margareth Von Trotta? ¿Te parece una película lesbiana o de existencia lesbiana? ¿Por qué?

[2]Ver María-Milagros, Rivera Garretas, El placer femenino es clitórico, Madrid-Verona, Edición Independiente, 2020.

[3]Ver Lia, Cigarini, La batalla por el relato, Revista DUODA, 56, 2019.

[4]      Entrevista a María Zambrano (1904-1991), a cargo de Pilar Trenas, emitida por el programa ‘Muy personal’ (1988) de Televisión española.

[5]Ibíd., 2020.

[6]Ver María-Milagros, Rivera Garretas, 8 de marzo 2018: Día internacional de la miseria femenina. En Duoda. Textos políticos: 8 de marzo 2018: Día Internacional de la Miseria Femenina (ub.edu)

[7]Esta idea la he aprendido con la filósofa de la Tabula Rasa Bárbara Verzini y me ha hecho sentido.

[8]Ver María-Milagros, Rivera Garretas, La diferencia sexual en la historia, Valencia, Universitat de Valencia, 2005.

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¿Qué es la política de la identidad? Andrea Franulic

¿Qué es la política de la identidad? (1)

Me acuerdo que una de las cosas que yo solía decir, años atrás, en mis charlas feministas, era que nadie sabía qué significaba ser mujer. En realidad, todas partíamos un poco diciendo que ser mujer no es lo que los hombres han dicho que es y bla bla, pero tampoco sabíamos nosotras qué significaba serlo y nos quedábamos prendidas de ese no saber. Claro, la pregunta cerraba, porque es una pregunta que trae el “qué” reificador de la política de la identidad. Me dejaba atrapada en un suspenso petrificado. Era una pregunta proveniente de la teoría feminista y no del pensamiento de las mujeres. Era una pregunta que colocaba la palabra “mujer” en una categoría. Era la pregunta por la identidad femenina. Era una pregunta que emergía del régimen del Uno, de la teoría humanista -y antes platónica- de la unidad de los sexos: “¿qué significa ser mujer?, nadie sabe qué significa”.


Nadie sabe porque no se trata de un “qué”. Sin embargo, en lugar de responder así y no solo atisbar la salida, sino elegirla con total libertad y confianza, la pregunta retornaba y volvía a dejarme en el vacío, en el círculo vicioso propio de la política de la identidad. La pregunta, entonces, no es qué se es sino quién se es, afirma Diana Sartori inspirándose en Hannah Arendt. En el fondo, aquello que decíamos, en dichos años, sobre el ser mujer nos servía para esquivar la diferencia sexual, que está contenida en el quién se es, abierto al infinito y al riesgo de revelarse ante otras/otros, con las palabras, en la acción política y performativa. Me impresiona darme cuenta de lo imperceptiblemente sumergida que yo estaba en el régimen del Uno, así como en la teoría de la unidad de los sexos y en la política de la identidad. ¿Va al unísono con el desorden simbólico que permea y perturba la vida del alma femenina? Según mi experiencia, sí. Para mí, fueron tiempos donde el desorden simbólico me habitó bastante y, en su extremo, se manifestó en la confusión de mis labios, en los de la boca y en los de la vulva, con la mudez y con errar de orgasmo (2).


Con esta experiencia, puedo corroborar que la política de la identidad aplasta la diferencia sexual y el alma femenina porque es la política que pretende prescindir de la mediación, de la relación, así como pretende suplantar el origen materno: su obra, simbólico y lengua. La política de la identidad replica el mecanismo de la mentira del origen, esa que dice que los padres son propietarios del Logos, de la palabra, y las madres, en cambio, son solo cuerpo, entendido como la Naturaleza que debe ser dominada. Es la mentira que usurpa la verdad originaria, la que llama reproducción a la potencialidad de ser dos, a la capacidad de procrear del cuerpo femenino. Es la mentira que encubre el pacto violento masculino del contrato sexual/social (3), el pacto que usurpa el orden materno (4), que se apropia del cuerpo femenino y sus frutos, que cancela el placer clitórico al apropiarse de la matriz mediante el coito heterosexual (5).


De esta mentira surge la identidad patriarcal pre-construida, que nos define a las mujeres dentro de una feminidad estereotipada que flota en el éter, para mantener intacta la usurpación/absorción de nuestra potencialidad infinitamente creadora, porque nuestro cuerpo sexuado en femenino trae inscrito el Dos. Así, la identidad, que se pretende original pero que no es originaria, es la duplicación de la diferencia; la identidad de género femenino es la duplicación de la diferencia sexual femenina y la política de la identidad es una duplicación (6) de la política del partir de sí, del quién se es, del nacimiento, del origen materno, de la autoridad, de la política de las mujeres, de la política relacional, de la política abierta (también al conflicto)… usando palabras de Diana Sartori. La política de las mujeres hace simbólico, hace revolución simbólica, no cambiando la realidad, sino cambiando la relación con la realidad (6).


En cambio, la política de la identidad es una política cerrada, muerta y sin voz porque no se dice en singular, es la política de la representación de algo ya dado, la que representa el qué se es y lo incluye/absorbe (transexuales, bisexuales, lesbianas, negras, indígenas, jóvenes, viejas, discapacitadas), reproduciendo el mecanismo del Uno que incluye/absorbe el principio cósmico femenino. La política que uniformiza e instrumentaliza a sujetos y sujetas, sujetados y sujetadas a la falsedad de “ser propietarios/as de sí mismos/as”, a la violencia que trae aparejada el matricidio fundante, para conseguir derechos, cuotas, matrículas, proyectos, puestos, votos, etc. Tiene menos sentido en el final del patriarcado porque el contrato sexual ha caducado, no obstante, los lenguajes del poder o de los distintos ismos siguen defendiendo las políticas de identidad para ocultar el propósito perverso, quienes son más conscientes de ello, de que el contrato sexual siga funcionando, aunque ya las mujeres no creamos en él. De esta manera, tal vez no tan directa y evidente, creo que las políticas de identidad favorecen el llamado “alquiler de úteros”, el sistema prostituidor de mujeres, niñas, niños y el ginocidio (8) del presente.


El partir de sí, sin tergiversaciones, me resuena cada vez más. En Feministas Lúcidas intentamos, cada una intenta, el partir de sí. A medida de que lo comprendo en profundidad también afino mi
práctica. El año pasado, con las condiciones determinadas por la pandemia, nos reunimos virtualmente con otras mujeres y conversamos en torno a las lecturas de las autoras que escriben sobre la disparidad en las relaciones entre mujeres. Creo que todas las que quisimos hablar en estos encuentros nos pusimos en juego en primera persona e intentamos el partir de sí. Ahora he aprendido que trae un doble movimiento y lo hago consciente en mi propia escritura, sabiendo que el segundo movimiento es el más difícil y no siempre me sienta segura de lograrlo.
Asimismo, me aclara su sentido la reflexión de Diana Sartori que dice que partir de sí es “hacer inicio y hacerse inicio”, algo que es solo posible en la relación, con la mediación que necesitamos, en apertura a
la otra/otro, recuperando el punto de vista del nacimiento y de la relación con la madre, quien, en la primerísima infancia cuando su autoridad se siente y se vive sin resistencias, nos enseña la lengua
materna
y aprendemos a “traer al mundo el Mundo” (9). Para esto solo basta, como en el maravilloso pensamiento de las mujeres, y retornando a la pregunta del principio, reconocerse una mujer, mujer.
Solo basta reconocerme mujer, nacida mujer y nacida de mujer (10), más allá de la colocación social de cada una y de las carencias, desigualdades, injusticias y condicionantes históricas impuestas por lo que fue el patriarcado.

1. Ejercicio para el curso impartido por María-Milagros Rivera Garretas, Sexuar tú la política, de la Universidad de Barcelona. Tema 5.
2. Ver María-Milagros, Rivera Garretas, El placer femenino es clitórico, Madrid-Verona, Edición Independiente, 2020.
3. Ver Carole, Pateman, El contrato sexual, Barcelona, Anthropos, 1995.
4. La palabra “orden” es cuestionable. La filósofa Bárbara Verzini prefiere “caos”, la armonía del caos, pues el “orden” es fálico.
5. Ibid, 2020.
6. Para esta reflexión sobre la duplicación, ver María-Milagros, Rivera Garretas, La diferencia sexual en la historia, Valencia: Universitat de Valencia, 2005.
7. Esto lo he aprendido con el tema anterior, el 4.
8. Expresión acuñada por Mary Daly.
9. Para Mundo con mayúscula, ver María-Milagros, Rivera Garretas, Sor Juana Inés de la Cruz. Mujeres que no son de este mundo. Madrid, Sabina, 2019.
10. Tomo estas palabras de María-Milagros Rivera Garretas, de la correspondencia personal a propósito del curso