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Declaración 8 de Marzo 2020

RESTITUIR EL VALOR SOCIAL DE LAS MUJERES

Las Feministas Lúcidas reconocemos el fin del patriarcado[1]. Su caída se ha precipitado con total estruendo. No es precisamente un final feliz. En parte, porque aún estamos rodeadas de sus muertos vivientes[2] que nos quitan la vida y nos violan. En este contexto, que es crucial para nuestra política, deseamos pensar y afinar muy bien nuestras prácticas y acciones. Es así como consideramos de vital importancia continuar el legado de las autoras que son nuestras referentes; esto es, restituir, en la sociedad y en la cultura, el valor social y simbólico de las mujeres, de tal manera que nuestros cuerpos sean inviolables y el matarnos sea impensable.

El valor social de las mujeres no se mide con los hombres, en nada. No significa llenar la sociedad de representaciones que refuercen los estereotipos femeninos, pues esto el patriarcado lo ha hecho durante siglos. Las representaciones culturales y el lenguaje deben vehicular un femenino libre o sentido libre de ser mujer[3], es decir, libre de los estereotipos de género codificados por el régimen patriarcal; libre de su falocracia coital y de toda su política sexual, que fomenta una sexualidad reproductivista, anuladora del placer clitórico[4].

El sentido libre de la diferencia femenina debe estar en el cine, en los medios de comunicación si estos dejan de estar en manos del poder, en las escuelas mientras duren, en las lecturas que se realicen en cualquier lugar, en la historia que se relate en la calle, en el aula, en la casa. Las esculturas, cuadros, libros, etc., deben impregnarse de femenino libre, de genealogía de mujeres, de madres, hijas, amigas, hermanas, pensadoras, políticas, activistas, artistas, escritoras. Deseamos seguir representando las relaciones entre mujeres, en especial, la relación entre la madre y la hija, interrumpida por el patriarca incestuoso, porque restituir el valor social de las mujeres pasa, principalmente, por retornarle a la madre su autoridad[5]. Junto a todo esto, es fundamental reparar en la lengua que usamos, las palabras que decimos para nombrar y definir, las connotaciones que elegimos para referirnos a otra mujer, porque rechazamos el régimen de significados patriarcales en todas las dimensiones de nuestra existencia, y le abrimos los brazos al orden simbólico de la madre, es decir, elegimos hablar en lengua materna y no usar las palabras androcéntricas que nos aplastan y tergiversan nuestra experiencia.

La radicalidad, el tomar las cosas desde la raíz[6], va por este camino de política de mujeres, que requiere cada día más consistencia y sistematicidad. Somos quienes, conscientes de nosotras mismas, trabajamos para ser libres del patriarcado y de todo lo que este acarrea. Cada una desea librarse de sus propios cánones de vaginalidad[7], de todo aquello que le resta independencia simbólica de los hombres y refuerza la envidia y competencia entre mujeres. Esto debemos expandirlo tanto en nuestra apuesta simbólica en el mundo como en la práctica concreta de nuestras relaciones, que, más que tomar la forma de la sororidad, toma la figura del affidamento[8].

Si se restituye el valor social de las mujeres, los feminicidios[9], las violaciones y su impunidad SE ACABAN. Nunca se acabarán a través del derecho, las leyes, la paridad o la igualdad. Al contrario, el derecho masculino viene a confirmar nuestra desvalorización social. Por su parte, los discursos conservadores o progresistas de la diversidad de géneros, de la disidencia sexual, de la inclusividad, etc., son funcionales a la pérdida del valor social de las mujeres y, en consecuencia, no contrarrestan los feminicidios, sino que los fomentan, puesto que niegan la potencialidad de la diferencia sexual femenina libre y autónoma, que debe ser significada por cada mujer en primera persona.

Por eso, necesitamos mirar alrededor y encontrar, en el lenguaje y la representación, el valor social del sentido libre de ser mujer por todas partes, necesitamos continuar la práctica política de expandir este valor, de plasmarlo y encarnarlo, tal como lo han venido haciendo las pensadoras de la diferencia sexual y las feministas radicales de la diferencia. Deseamos llenar los cuadernos y libros con las palabras, llenar los muros, las calles, las telas con las imágenes, de las mujeres de nuestra genealogía materna, de las mujeres de nuestra genealogía de pensadoras y políticas, de las mujeres que llevan a cabo, en el anonimato, la gran obra de civilización que es dar la vida y la palabra, nada menos que la capacidad simbólica de la especie humana. Necesitamos nombrar el mundo en femenino libre y no en un pretendido y falso neutro, aunque se disfrace de E. Deseamos que se entienda que nada de esto es compensatorio, porque “las mujeres no somos una cuota, SOMOS LA MEDIDA DEL MUNDO”.

REVUELTA SOCIAL EN CHILE

La revolución en nuestro país deja en evidencia también el fin del patriarcado[10], que se arrastra desde mucho antes, gracias a la política de las mujeres[11]. Nosotras apoyamos la revuelta en su sentido más genuino y, por eso, seguimos en ella. ¿Cuál es este sentido? Para nosotras, es lo que conlleva de orden simbólico de la madre[12], esto es, la transformación profunda de las relaciones humanas para que estas dejen de ser instrumentales, a la usanza patriarcal, y sean relaciones sin fin, a la usanza de las mujeres[13]. Asimismo, es todo lo que esta revuelta demanda de justicia social y de buen vivir, como la autonomía de los pueblos originarios, el respeto a la naturaleza y a todas las especies, la liberación de los recursos naturales (en especial, el agua), las pensiones dignas para la vejez, una educación sexuada, gratuita y de calidad, etc., un largo etc.

Principalmente, conlleva el fin de la política con poder[14], de la política de los partidos, de la política institucional; en otras palabras, del estado moderno de derecho que se configuró dejándonos fuera a las mujeres. Este descreer de la política establecida es un sentimiento genuino y lo han manifestado sobre todo las y los jóvenes. Las mujeres lo sentimos hace siglos; las madres, hace milenios. Las y los recién llegadas/os traen su novedad a este mundo viejo que los recibe[15]. Y su novedad coincide con nuestras búsquedas y hallazgos seculares. No queremos más la política con poder. Sin embargo, el estado criminal, capitalista y patriarcal, lleno de muertos vivientes[16], no recibe esta novedad, sino que la entierra, la asesina, la deja sin visión, para mantener su estato quo, sus intereses económicos y de poder, para sacarle brillo a su derrota y mostrar su miseria a vista y paciencia.

Nos duele y enfurece que queden impunes los patriarcas asesinos, violadores y torturadores de todos los tiempos criminales de este país y del planeta entero, que hoy son los feminicidas, son los hombres prostituyentes y todos los que colaboran a favor de la industria sexual; son también los asesinos de quienes participan activamente de esta revuelta, y de las mujeres, hombres, niñas y niños del pueblo mapuche. La única violencia que reconocemos es la violencia patriarcal y la violencia de estado; no nos sumamos al coro hipócrita contra la delincuencia y su parodia televisiva. Como dijo la beguina Hadewijch de Amberes, a principios del siglo XIII, la fuerza con la fuerza, el amor con el amor… todas las cosas hay que buscarlas en lo que ellas mismas son.[17]

LA NUEVA CONSTITUCIÓN

Cuando a una crisis, sobre todo de profunda magnitud, se le responde con las viejas respuestas aprendidas de siempre, o sea, se la enfrenta con los mismos prejuicios y prácticas reiterativas, ya probadas y fracasadas, vuelve a explotar una y otra vez, y lo hace cada vez peor[18]. Por eso, no les damos crédito a las respuestas que da la política con poder[19]. Para que una constitución sea realmente Nueva y no vuelva a explotar en 10 años más, no basta que se levante desde la soberanía del pueblo de los hombres, necesitamos que lo haga también desde la soberanía del pueblo de las mujeres[20]. Es decir, tiene que inscribir la diferencia sexual femenina libre, porque nadie nos debe incluir. La disidencia sexual no nos incluye, menos como mujeres lesbianas, el sujeto (pseudo)universal del lenguaje del derecho patriarcal, tampoco.

El camino, para nosotras, no es la inclusión ni la identidad de género; no es la paridad ni la igualdad con los hombres. Inscribir el femenino libre tampoco significa estar visibles en el lenguaje como víctimas, sino que se trata de aparecer como protagonistas de nuestras propias vidas. No es hablar de la miseria masculina, sino de y desde la libertad femenina[21]. Esto implica sexuar el lenguaje del derecho. Para nosotras, una constitución digna del momento histórico que estamos viviendo, que es el fin de una civilización desequilibrada y unilateral, tendría que explicitar de forma determinante que el cuerpo femenino es inviolable e impensable el violentarlo, porque el nacer mujer es una fuente de valor insustituible y solo las mujeres podemos sacar a la luz del sol sus contenidos.


[1] Descubrimiento del año 1996 de las feministas de la Librería de Mujeres de Milán. El fin del patriarcado implica dos cosas interrelacionadas. La primera es que las instituciones, sobre todo las de su política sexual, han perdido crédito en la mente y en la vida de muchas mujeres. La segunda es que las mujeres somos dueñas de nuestros cuerpos y sus frutos. Cuando esto último no ocurre, lo vivimos como una gran injusticia, pero ya no como una práctica naturalizada, como ocurría mientras duraba su contrato sexual.

[2] Expresión que tomamos de la pensadora de la diferencia sexual, la historiadora española María Milagros Rivera Garretas, en su texto http://www.ub.edu/duoda/web/es/textos/10/222/

[3] Tomamos estas figuras de María Milagros Rivera Garretas.

[4] Carla Lonzi escribe Mujer clitórica y mujer vaginal, planteando que la primera colonización que sufrimos las mujeres en las sociedades patriarcales es psíquica y fisiológica al habernos impuesto el mito de que nuestro placer orgásmico reside en la vagina y no en el clítoris y, por lo tanto, coincide con el del hombre.

[5] Autoridad viene del étimo augere, que significa ‘hacer crecer’, ‘dar auge’. La autoridad de la obra materna, que es dar la vida y la palabra, es usurpada, en los albores de las sociedades patriarcales, para desplazar a la madre por el Padre, su ley y palabra, transformando la autoridad en autoritarismo. Ver la obra de Luisa Muraro, quien descubre la figura del orden simbólico de la madre. Dice M. M. Rivera Garretas que el orden simbólico es la lengua que hablamos.

[6] Significado etimológico de la palabra ‘radical’.

[7] M. M. Rivera Garretas habla de cánones de vaginalidad para referirse a la falta de independencia simbólica de las mujeres respecto de los hombres, el seguir considerándolos medida del mundo. Viene esto de la figura de la mujer clitórica y la mujer vaginal de Carla Lonzi, a la que hicimos ya referencia.

[8] Práctica política y social descubierta por las feministas de la Librería de Mujeres de Milán. Es una práctica de disparidad, porque su importancia reside en reconocerle su más a una mujer y no en pretender que seamos todas iguales, como sucede con la sororidad, la que no ha terminado con la envidia ni la competencia destructiva en los espacios feministas.

[9] También se tendrían que terminar los feminicidios simbólicos, es decir, el silenciamiento, la difamación, el ocultamiento de obras, etc., de las pensadoras, activistas, de todas quienes ejercen un liderazgo en el movimiento de mujeres.

[10] Descubrimiento del año 1996 de las feministas de la Librería de Mujeres de Milán. El fin del patriarcado implica dos cosas interrelacionadas. La primera es que las instituciones, sobre todo las de su política sexual, han perdido crédito en la mente y en la vida de muchas mujeres. La segunda es que las mujeres somos dueñas de nuestros cuerpos y sus frutos. Cuando esto último no ocurre, lo vivimos como una gran injusticia, pero ya no como una práctica naturalizada, como ocurría mientras duraba su contrato sexual.

[11] Política de las mujeres que es milenaria y toma especial fuerza en el último tercio del siglo XX con los grupos de toma de conciencia (Rivera, La diferencia sexual en la historia, 2005).

[12] El orden simbólico es la lengua materna que aprendemos de la madre, o de quien ocupe su lugar, en la primerísima infancia. Lo aprendemos estando en relación y con autoridad materna, que viene de ‘augere’, cuyo significado es ‘hacer crecer’. En las sociedades patriarcales, sobre todo occidentales y modernas, este orden simbólico es usurpado y desplazado por el régimen simbólico patriarcal, que tergiversa, fragmenta y silencia la experiencia femenina. Ver Luisa Muraro, El orden simbólico de la madre.

[13] La relación instrumental es la que usa a alguien para lograr cualquier meta. La relación sin fin es aquella que se basa en el gusto y placer de estar en relación solo por el hecho de estarlo (Cigarini, Muraro, Rivera, El trabajo de las palabras, 2008).

[14] M.M.R.G. opone la política con poder a la política de las mujeres.

[15] Tomamos esta idea de la filósofa política Hannah Arendt, en especial de su texto La crisis de la educación.

[16] Expresión que tomamos de la historiadora de la diferencia sexual, María Milagros Rivera Garretas.

[17] La cita no es textual, aparece completa en Mujeres en relación: feminismo 1970-2000, de María Milagros Rivera Garretas, p.45.

[18] Esta idea la tomamos del texto de Hannah Arendt, La crisis de la educación.

[19] María Milagros Rivera Garretas opone la política con poder, que es partidista y masculina, a la política de las mujeres, que se practica sin ejercer la fuerza ni el poder.

[20] Luce Irigaray se refiere al pueblo de los hombres y al pueblo de las mujeres. En algunos textos de su libro Yo, tú, nosotras.

[21] La economía de la miseria femenina que inunda los medios masivos de comunicación, en especial los días 8 de marzo, es, en realidad, la miseria masculina: mujeres asesinadas, sueldos desiguales, feminización de la pobreza, etc. Esta idea la tomamos de Milagros Rivera en http://www.ub.edu/duoda/web/es/textos/10/211/ Y de Lia Cigarini es la figura de la libertad femenina, para referirse a una libertad relacional, más practicada por mujeres que por hombres, y que no es liberal ni individualista.

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