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Escritos de Feministas Lúcidas

Aprender a ver con la visión de la libertad femenina. Jessica Gamboa Valdés

Sobre la Política visual de la autoridad. El origen materno de la visión[1]

Cuando una mujer se significa a sí misma libremente es que sabe, porque lo siente en sus entrañas, que su ser mujer no obedece a imposiciones o determinantes sociales, sino, a la autoridad de la madre. Autoridad entendida como relación mediada por el amor y la confianza que la hace crecer, porque no la empequeñece ni la anula como lo han hecho históricamente el orden patriarcal con su política sexual y la violencia hermenéutica universitaria de la que nos habla María-Milagros Rivera.

Sofonisba Anguissola
autorretrato frente al caballete. (1556)

La autoridad que proviene de la madre es el sostén simbólico de toda criatura humana porque, mujeres y hombres, tenemos una madre, es decir, una mujer que nos da la vida y, de ella y con ella, es que aprendemos a hablar y a mirar el mundo. Por ello, el descubrimiento de la autoridad femenina realizado por las mujeres de la Librería de Mujeres de Milán, en el último tercio del siglo XX, adquiere tanta importancia y sentido para la dimensión política de la mirada, dimensión que se puede reconocer en las mujeres que nos anteceden como Sofonisba Anguissola, Cristina de Pizán y otras. Esta dimensión política es visible gracias al feminismo de la diferencia y su radicalidad para nombrar la experiencia femenina, experiencia enraizada en la matriz del mundo pues, siempre antes, una mujer.

Luisa Muraro en su texto La verdad de las mujeres, nos hace ver que la objetivación es la maniobra masculina enmascarada de saber científico que suprime la experiencia del otro, especialmente, la experiencia femenina. De ese modo, «la verdad» se transmite de hombre en hombre, genealógica y jerárquicamente, dice Luce Irigaray,[2] como hacen el maestro al discípulo o el padre al hijo, garantizada siempre por su propia palabra. En consecuencia, los modos de mirar y representar en las culturas y sociedades occidentales que han tenido como medida, por un lado, al hombre como sujeto del discurso y, por otro, la política sexual patriarcal que no concibe la relación de los sexos y entre los sexos sin poder, sin coacción ni jerarquía, han encapsulado el mirar desde una lente sesgada por el androcentrismo, sin visión.

¿Cuántas de nosotras hemos tenido la experiencia de tener que pasar por la vista/visión del mundo masculino y sus reglas, dando tumbos, enfermando o enmudeciendo?

Puedo afirmar que muchas. Sin embargo, más que unas cuantas hemos caído en la cuenta de que el patriarcado ha llegado a su fin porque no tiene crédito en nuestras vidas, y que no somos el objeto, pero tampoco queremos ser el sujeto, sino simplemente mujeres libres con independencia simbólica del orden socio-simbólico masculino.

La mirada femenina libre restituye la autoridad de la madre al reconocer el más de la otra -o de las otras- siempre en relación de disparidad, de esa forma, no se prescinde de los vínculos, ni se reniega del amor como mediación y medida para la propia libertad, la libertad femenina.

Me siento agradecida y cercana con la apuesta por la política de lo simbólico de la política de las mujeres, porque no recurre a la lógica del poder/saber ni a las antinomias de los discursos institucionalizados, aunque, a veces, intenta entrometerse, pero sabemos que allí no hay espacio para la verdad dicha por las mujeres.

Las mujeres libres queremos mirar (nos) y hablar con palabras vivas, encarnadas y fiadas en el sentir propio, fieles a nuestro ser mujer.


[1] El texto es un ejercicio para la asignatura «Las artes de la visualidad política sexual / política visual» del Máster en La política de las mujeres – Duoda – UB.

[2] En el principio era Ella. Un retorno al origen griego arcaico de nuestra cultura. Ed. La llave. Barcelona, 2016. P, 9.