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Escritos de Feministas Lúcidas

Hilar fino, Andrea Franulic Depix

Palabras para la exposición: Hilando las relaciones con la raíz materna, de Zoila Rosa Amada y Jessica Alejandra

Zoila me declaró su nieta por la sencilla razón de que yo la llamaba “abuela”. Fue durante esos meses, también, que ella puso en palabras su experiencia del incesto, infringido por su padre, rompiendo, por vez primera, el tabú del silencio. Y fue, en ese tiempo, además, que nos dijo, con plena seguridad y absoluta certeza, que la mar es una mujer, porque su madre se lo había confesado, como quien reconoce un secreto de cientos de miles de años[1].

Zoila entendía, pues sentía, el misterio de la lengua materna, como Hilandera ancestral que era. Y este fue un descubrimiento maravilloso, que vivimos junto a ella. Fue una verdad revelada, la que, sabemos, siempre está ahí con nosotras, pero permanece cubierta hasta que logramos esfumar, soplando fuerte como viento del desierto de Atacama, todos los espejismos fálicos que empañan la mirada y embotan los sentidos, confundiendo lo verdadero con lo verosímil[2]. Este viento fresco, lleno de vida, que despeja las fantasmagorías machistas y que, con sus remolinos de arena y rebeldes tornados, arrasa con las mentiras, acrecentó la relación abuela-nieta, de Zoila y Jeka, lo que permitió el hallazgo. Alrededor, algunas nietas, nietos e hijas supieron acoger la gran noticia; a otras y a otros, en cambio, el viento no las tocó, no los tocó, quedándose agazapadas y agazapados bajo las sombras del Falo.

Las hijas, tocadas por el viento, son Ana y Cecilia; Cecilia, madre de Jeka e hija de Zoila, falleció tempranamente, sin embargo, Zoila y Jeka han restituido su presencia en ausencia. Así, las Tres Madres de toda genealogía femenina en singular hilvanan la exposición de hoy con un hilo firme e infinito, abriendo una dimensión en el espacio-tiempo, más acá de la muerte. Es el misterio de la Lengua Materna y el Tiempo femenino. ¿Qué es ese concepto pequeño y mediocre de la edad en el logos androcéntrico? ¿Qué es esa línea recta y aburrida que intenta medir el insondable tiempo nuestro con marcas en el calendario? Con Zoila, aprendí que la edad patriarcal no existe. Es verosímil, pero no es verdadera.

Jeka llegaba con las trazas en las telas y su abuela las bordaba con precisión y belleza, con divina concentración, mientras le preguntaba y Jeka le contaba quién era cada autora, qué significaba cada palabra, qué resonancia traía cada texto, qué era qué, quién era quién. O bien, Jeka le preguntaba qué calles contuvieron su alegría, qué rincones guardaron sus tesoros, qué mujeres la sostuvieron día a día, a quiénes amó, de quiénes recibió amor, cuáles dolores, ausencias o pérdidas, cuáles sorpresas, sueños o presagios, y Zoila le contaba, con hilos de colores, la vida, su vida, que también es la vida de Jeka.

Entonces, el milagro acontecía: Zoila Rosa florecía y podría haber tenido 12, 20 o cientos de miles de años. Acontecía por ese estar en relación de verdad y en profundidad donde la nieta autoriza a la abuela y la abuela autoriza a la nieta, reconociendo esta la excelencia y precedencia de aquella. Eran tardes enteras hasta que caía la sol y alumbraba la luna. Con un té caliente, conversaban e hilaban. Soy testiga afortunada de esta práctica artística femenina, libre de todo canon masculino y académico, mediada  por Dama Amor, en la que se encontraron Zoila y Jeka.

Esta práctica artística femenina libre nos trae el simbólico de la madre, por eso, es una apuesta política, de la política primera, bella, trascendente, enraizada y encarnada. Y lo trae hecho textura, hebra, surco; lo trae hecho perla, pétalo, tubérculo; lo trae hecho palabras y voces, las voces que escuchamos en esta sala, que la inundan ahora, la colman, con susurros, murmurando, arrullando; voces de mujeres del presente y el pasado que se plasman en la fibra, que viajan por el aire, que vuelven por los siglos para sustraernos de la banalidad, y que las sensuales manos de Jeka y Zoila, con sus ondulados movimientos, adornan en delicadas bordaduras y suaves puntadas.

Bienvenidas a esta aquelarre de libertad femenina y ligamen materno[3], presidida por abuela y nieta, a la que hemos sido convidadas para hilar fino y no olvidar que la diferencia sexuada solo puede ser radical.

Santiago, Barrio Yungay, 30 de abril de 2022


[1]      En nuestras conversaciones, Adriana Alonso Sámano me ha enseñado la existencia originaria de las diosas, sus cientos de miles de años ante los seis mil de la ficción del dios padre.

[2]      Tomo esta distinción de Laura Minguzzi de la comunidad de Historia Viviente.

[3]      Diana Sartori, de la comunidad filosófica Diótima, habla de ligamen y no de legado.