Por razones del corazón, obedecí

Hace unos meses recibí una invitación del director de la editorial MAGO. La invitación consistía en que yo seleccionara dos poemas de Gabriela Mistral que a mí me resonaran. La intención era publicar un libro con poemas de ella, elegidos por distintas mujeres: “Gabriela, las mujeres te han escogido”. Además de parecerme bello el convite, la editorial ha publicado libros de mi amado hermano Fernando. Así, por razones del corazón, obedecí.

Precisamente, elegí el poema Antígona, porque me siento identificada con ella por su profundo amor hacia su hermano Polinices, a quien desea darle sepultura, desafiando a Creonte. “La hermandad que es más importante incluso que la libertad”, dice María Zambrano, otra mujer que amó profundamente a su hermana Araceli y también escribió sobre Antígona.

La hermandad solo está inscrita en el poema de Mistral en la figura de los gemelos Cástor y Pólux, pues en esta poesía, Antígona no está brindándole sepultura a Polinices, esquivando el castigo de Creonte, sino que está acompañando a su padre viejo a morir en el destierro, a Edipo Rey, en el cielo helado que muerde la nuca / y befa el rostro de los perseguidos:

Yo era Antígona, brote de Edipo,

y Edipo era la gloria de la Grecia.

Caminamos los tres: el blanquecino

y una caña cascada que lo afirma

por apartarle el alacrán, la víbora,

y el filudo pedrisco…

Ya sea que Antígona esté con Polinices, ya sea que esté con Edipo, siempre restituye ella un orden distinto al de las leyes que los hombres imponen. Restituye el orden simbólico de la madre, la autoridad materna, que precede a toda ley, a todo patriarcado, porque es el orden que cuida la relación con el otro que es su hermano, hijo de su madre, o con el otro que es su padre, quien no supo ver a su propia madre, por eso, su ceguera, la ceguera de Edipo. En ambos casos, ella reconoce a Yocasta.

En el poema de Gabriela, el orden simbólico de la madre se palpa en los versos tan vívidamente que me conmuevo al leerlos. Se palpa en cómo Antígona cuida de Edipo con infinita ternura, delicadeza, empatía y dignidad, como solo puede cuidar alguien que ama la vida y, por lo mismo, acepta sus ciclos y sus embates:

Viejo rey, donde ya no puedas háblame.

Voy a acabar por despojarte un pino

y hacerte lecho de esas hierbas locas.

(…)

Si no logras dormir, puedo cargarte

el cuerpo nuevo que llevas ahora…

La sabiduría, libre de patriarcado, de Antígona orienta a su padre ciego y le muestra el camino del desprendimiento y la aceptación:

Olvida, olvida, olvida, padre y rey:

los dioses dan como flores mellizas

poder y ruina, memoria y olvido.

(…)

Duerme, sí, duerme, duerme, duerme, viejo Edipo

y no cobres el día ni la noche.

El orden simbólico de la madre trasciende las leyes patriarcales y trasciende el hablar de los hombres, tan oscuro, como lo nombra Mistral en el segundo poema que escogí, El amor que calla. Independientemente de que la poeta le dé o no un sentido genérico a la expresión “hombres”, me refiero al uso del falso genérico, de todos modos se trata del lenguaje arbitrario y, como tal, imposibilitado para decir la experiencia femenina en general y la existencia lesbiana en particular:

Si yo te odiara, mi odio te daría

en las palabras, rotundo y seguro,

pero te amo, y mi amor no se confía

a este hablar de los hombres, ¡tan oscuro!

Frente a la imposibilidad del lenguaje de los hombres, aviene el silencio, un silencio mortífero porque tiene que callar su amor:

Estoy lo mismo que estanque colmado

y te parezco un surtidor inerte.

¡Todo por mi callar atribulado

que es más atroz que el entrar en la muerte!

La existencia lesbiana habita lo inefable porque ha sido, luego de la madre e hija, la relación entre mujeres más perseguida y borrada en el patriarcado. Necesita encontrar sus propias pautas de decibilidad para ser dicha; pautas que se encuentran al recuperar la lengua materna, como Gabriela, pues este poema suyo es un hermoso y apasionado poema de amor lésbico, dicho en lengua materna, y leído por mí a partir de mi experiencia como mujer lesbiana. Las palabras de la lengua materna vienen de las entrañas, del insondable sentir:

Tú lo quisieras vuelto un alarido,

y viene de tan hondo que ha deshecho

su quemante raudal, desfallecido,

antes de la garganta, antes del pecho.

Estas ideas, con las que interpreto los poemas seleccionados porque se condicen con mi propia experiencia de vida y de lectura, me las inspiran las pensadoras de la diferencia sexual1. Y sin haber estudiado la obra de Mistral, pienso que ella encarna la independencia simbólica y la libertad femenina que son propias de esta práctica feminista. En 2008, escribí un ensayo cuestionando a Gabriela por unos textos en prosa que escribió en 1927, donde aludía al feminismo2. No me desdigo de mis palabras, pero luego dirigiendo la tesis de un estudiante que investigaba la obra de la poeta, me di cuenta de que en su poesía había un sentido libre de ser mujer que yo no había visto.

En esta nueva y tercera vivencia de elegir libremente dos poemas suyos y participar en un conversatorio, junto a otras mujeres que la escogimos, en el marco de una feria del libro feminista donde pensaba que no me sentiría como “pez en el agua” y donde quizá, o debido a esto mismo, tendría algunos encuentros con un pasado atribulado, resultó que se me hizo más clara todavía la posibilidad de potenciar la lectura de su poesía desde la diferencia sexual femenina libre, al mismo tiempo que me sentí muy fiada y tranquila. Será que las razones del corazón siempre son buena guía, y esta vez latieron al ritmo de los versos de Lucila.

1Principalmente, Luisa Muraro con El orden simbólico de la madre; Luce Irigaray, En el principio era Ella. Un retorno al origen arcaico de nuestra cultura; Bárbara Verzini, La madre en la mar. El enigma de Tiamat; y también, Patrizia Violi con El infinito singular. Consideraciones sobre el cuerpo femenino, y Adrienne Rich, “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana”.

2Un ensayo que está en mi libro Incitada, publicado primero en versión electrónica, y luego en papel por la editorial Nudos Feministas.