De mi madre aprendí a hablar, me enseñó a comer, a bailar y jugar, es ella quien me mostró el mundo con sus palabras, caminando en sus brazos o de su mano; gracias a sus caricias, conocí los límites de mi cuerpo, aprendí a amarme y cuidarme; me enseñó a relacionarme con el mundo. Dice Luisa Muraro, en su obra El orden simbólico de la madre, que, con estos aprendizajes, este orden nos es transmitido; la lengua tiene una función simbólica muy importante en esto, pues nos permite conocer la experiencia de cada madre con el mundo, quienes además de hacernos posible el nacer, mantienen la vida y transmiten, al mismo tiempo, dicho orden simbólico.