Para Sandra Lidid que camina libre junto a sus animales
Hace treinta y cinco años las feministas autónomas chilenas, latinoamericanas y del Caribe alzaban la voz para denunciar y advertirnos del retroceso que arrastraría la institucionalización del movimiento feminista. El tiempo ha confirmado que tenían razón. El pacto masculino estaba recurriendo a sus seculares mecanismos para silenciar a las mujeres. Y algunos sectores del feminismo estaban decidiendo participar de dichas estratagemas para acomodarse y vender la mente1 a la posdictadura. Esta fue la antesala para lo que hoy se conoce como “feminismo sin mujeres”. La expresión misma exhibe sin pudor su robo. Por supuesto, como todo robo, va acompañada de mentiras, en este caso, de alambicadas explicaciones pseudo-intelectuales y subterfugios post post post-modernos. El lenguaje del pensamiento del pensamiento2 es así: falsificador de la realidad y encubridor de la experiencia de las mujeres. Debido a esto, para algunas, decirnos feministas actualmente requiere de distinciones necesarias para despejar tanta niebla densa.
Podemos trazar la ruta de estas últimas décadas para dibujar cómo la teoría de género se instaló en los poderes establecidos, principalmente en el estado y en la academia, desplazando a las mujeres como protagonistas de sus propios saberes, necesidades y deseos. Las críticas de las feministas autónomas, en los años noventa, a propósito de los estudios de género como programas pioneros en las universidades chilenas, versaban sobre la transformación de las mujeres en objetos de estudio, el borrado de las autorías de los conocimientos feministas construidos al margen de las instituciones, el efecto metonímico, nada inocente, de confundir género con feminismo, entre otras. Todavía se trataba de una categoría de género proveniente de las ciencias sociales, especialmente de la antropología, que lo definían como una construcción sociocultural, propia de las sociedades patriarcales, que recaía sobre el sexo de las personas desde el nacimiento y se codificaba por medio de las distintas instancias de socialización (familia, escuela, juegos, etc.). Por supuesto, los estereotipos de género codificados por el orden social patriarcal se constituían en una estructura jerárquica y de dominio en desmedro de las mujeres.
Esta categoría nace en el centro del pensamiento androcéntrico ‒la academia‒ en el último tercio del siglo XX. Por lo tanto, surge, desde sus inicios, como una herramienta del amo3; una herramienta que, con el paso de los años y de manera progresiva, no solo no desmontará la casa del amo, sino que contribuirá a re-edificarla. A principios del siglo XXI, los programas de estudios de género comienzan a darles cada vez más cabida a los llamados “maestros posmodernos”, y la categoría de género muta en su concepción. Desde ese momento, será entendida como performatividad, junto a la idea de que es imposible evitarlo y abolirlo. Solo dejarán abierta la posibilidad de “tensionarlo”: mezclándolo, subvirtiéndolo, intercambiándolo, etc. Se podrán mover, incluso desordenar, las piezas del juego de ajedrez bajo la condición de no escapar del tablero. De esta manera, la teoría de género contrae matrimonio con la teoría queer (cuir). Para esta última, el travestismo, el drag queen, la des-construcción de las sexualidades, etc., son prácticas revolucionarias y transgresoras. Es decir, si antes, en los setenta, las feministas querían acabar con el género porque lo consideraban una jaula estrecha y asfixiante para nosotras, hoy en día, será bienvenida la multiplicidad de los mismos: géneros fluidos, géneros híbridos, géneros no binarios, géneros neutros. La casa del amo ha sido re-edificada, pero ahora con una fachada más “progre”.
Las feministas autónomas de la década de los noventa lograron, al menos, instalar las verdades de lo que estaba sucediendo, para quien quisiera verlas y escucharlas; y ahí están, para quien quiera buscarlas y hallarlas. Pues, pese a que no fue un pensamiento masivo ni nunca pretendió serlo, dejaron huellas escritas suficientes para las mentes inquietas, no conformistas ni autocomplacientes. Como voz articulada, o medianamente aunada, no sobrevivió a la década. Era difícil una batalla de este alcance sin sufrir estragos. Algunas se unieron a la fábula del jardín de las mezclas identitarias4 desde la vereda de los estudios decoloniales. Otras continúan en la denuncia de la violencia sexual patriarcal, pues las mujeres seguimos siendo las principales presas del creciente sistema prostituyente y de la trata, junto a los niños y las niñas; así como las y los adolescentes son víctimas de la hormonación cruzada y de los bloqueadores de la pubertad que están interviniendo sus cuerpos en desarrollo, entre otras atrocidades y crueldades patriarcales que han estado ocurriendo en los últimos treinta y cinco años, bajo la venia del feminismo académico y el feminismo de estado.
Yo me siento afín a esas otras y, antes, a la historia del feminismo autónomo de los años noventa. Mi práctica feminista, que recién inicia al término de dicha década, encuentra sentido en esa escuela. No obstante, en relación con otras mujeres y con el paso de estos años, hemos trazado otras rutas, las de la libertad femenina5. Sin abandonar el pequeño grupo desde el cual practicamos el feminismo autónomo y sin obviar la realidad de las violencias masculinas, nuestras energías creadoras no están a disposición del pensamiento ideológico, basado en contrarios. Tampoco nos amurallamos en la colectiva feminista ni llevamos una vida anfibia6 donde nos compartimentamos entre el espacio de mujeres y todo lo demás que habitamos. Más bien, recuperamos una inusitada confianza en que podemos cambiar nuestra relación con el mundo aquí y ahora para contribuir a erradicar la violencia patriarcal, sin vender la mente y sin desgastarnos en las batallas que el poder nos propone. La clave está, creo, en dejar de anunciar el vacío, tan mencionado por nuestras predecesoras de la autonomía: vacío de historia, de lengua, de genealogía, etc., y emprender la restitución: de historia, de lengua, de genealogía, etc.
El feminismo de la libertad femenina7, como algunas lo llaman, ‒y si queremos seguir usando la palabra “feminismo”, pues más atrás y más grande es el sentirnos parte del milenario pensamiento libre de las mujeres‒ es un convite a la recuperación de todo lo que traemos y vive en nosotras, de todo lo que siempre ha estado ahí. Y este ejercicio no se realiza de manera individualista, sino a modo de una práctica relacional en cuyo centro gravita la relación entre mujeres, que espejea la relación de cada mujer con su madre concreta, con sus luces y sombras, sus claridades y espesuras. El recobrar la genealogía femenina, no solo la del propio linaje, sino la de todas aquellas que son fuente inagotable de inspiración para nosotras, nos da un soporte, tan sólido como poroso, que permite movernos en el mundo con plena independencia simbólica de las creencias, los valores, las ideologías, los lenguajes, los símbolos, las lógicas y las instituciones patriarcales. Permite que tengamos la conciencia y, más allá o más acá de la conciencia, que sintamos que todo eso es una medida muy pequeña para nuestra grandeza, sin intentar incómoda y forzosamente caber allí. A veces el dominio cae, se desmorona, se desarma cuando no tiene contra qué estrellarse, cuando dejamos de ser su límite, cuando no nos dejamos absorber, cuando lo femenino abandona el lugar invisible, pero funcional, de lo “no masculino”; es decir, el poder cae “por su propio peso”, como dicen las lenguas arpías. E insisto, esto no excluye la denuncia, porque este “peso” arrastra a niñas y niños más que nunca, también a la juventud, y ha arrastrado a la naturaleza cuya destrucción ha sido descomunal.
Los lenguajes políticamente correctos, que se creen incorrectos, muestran su absurdo y superficialidad ante la lengua materna, que es la única que puede dar paso a las verdades en medio de las falsificaciones de la realidad. Por eso, esta invitación de rescate genealógico es singular y universal a la vez, pues convoca a todas y todos quienes nos reconocemos nacidas y nacidos de una mujer, y que aprendemos a hablar gracias a esta mujer o gracias a quien haya ocupado su lugar: el lugar de nuestra madre. Esta lengua, que nos acompaña toda la vida, aunque a veces se esconda en los recovecos del alma, es la única que no se deja apabullar por los vocabularios artificiosos. Esta lengua ‒que no es solo verbo, pues también es cuerpo, sentidos y sentir‒ es la única con la que podemos descubrir y expandir las genealogías femeninas, dado que viene inscrita en estas.
Y sin quedar prisioneras de las colocaciones sociales8 en las que las sociedades patriarcales nos han situado, sin tampoco negar dichas colocaciones, sin siquiera haber podido recibir educación formal, o bien, sin siquiera añorarla, esta práctica del feminismo de la libertad, que retorna al origen y retoma los hilos originarios, que son de raigambre femenina, permite que cualquiera que sienta el cansancio por tanta mentira e impotencia por tanta injusticia, pueda crear un sentido libre de sí: libre de patriarcado, libre de los estereotipos de género codificados por el orden social, libre y en constante movimiento como la misma vida. Para mí, es esta práctica relacional entre mujeres, la única que puede socavar el daño, el sufrimiento y el desorden simbólico que imperan en el presente, y que las políticas de la identidad refuerzan en cuanto aplastan la real apertura a la alteridad, mientras el feminismo neoliberal y posdictatorial aparta la vista y continúa su carrera por el sinsentido.
1Expresión que usa Virginia Woolf en su libro Tres guineas.
2Expresión que usan las pensadoras de la diferencia sexual para aludir al pensamiento académico y androcéntrico, y distinguirlo del pensamiento de la experiencia.
3Audre Lorde, Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo. En La hermana, la extranjera, Madrid, Horas y Horas, 2003.
4Fernando Franulic Depix, Lo queer… o los dos lados del discurso clínico. En Entre el espesor histórico, la liberalización de la mirada masculina, Chile, Del Aire Editores & Editorial Mago, 2022.
5Figura acuñada por Lia Cigarini, jurista y pensadora italiana de la diferencia sexual.
6Esta es una expresión que usa la Librería de Mujeres de Milán en su libro No creas tener derechos.
7El feminismo de la libertad femenina, conferencia de la historiadora y pensadora española de la diferencia sexual María-Milagros Rivera Garretas, 8 de mayo 2024 en Balaguer (Lleida) en el “XXVII Curs Comtat d’Urgell. Gènere i feminisme. Balanç historiográfic i nous reptes” de la Universitat de Lleida, organizado por Flocel Sabaté y otras.
8Expresión que usa la Librería de Mujeres de Milán en su libro No creas tener derechos.