La institución de la heterosexualidad obligatoria se cimienta sobre la creencia de que las mujeres tendríamos una atracción heterosexual “innata” por los hombres, por lo tanto, la experiencia lesbiana es vista como una desviación o, lisa y llanamente, se invisibiliza nuestra existencia. Esta conjetura implica la anulación de la relación entre mujeres como fuente significante, de conocimiento y autoridad disponible para nosotras.
El contrato sexual-social subyace a cualquier forma de contratación, aunque, por excelencia, es el contrato de matrimonio el que mejor lo representa, no obstante, se extiende a otros ámbitos donde, aún en el fin del patriarcado, siguen operando los patriarcas con la violencia e impunidad acostumbradas, como es el caso del contrato de vientres de alquiler y la regulación del sistema prostituyente, que pretende incorporar la explotación sexual como un trabajo. Consideramos que estos últimos reductos –horrendos– de la agonía patriarcal deben ser abolidos, debido a esto, queremos contribuir a su análisis, develamiento y denuncia.
“El contrato originario es un pacto sexual-social, pero la historia del contrato sexual ha sido reprimida. Las versiones usuales de la teoría del contrato social no discuten la historia completa y los teóricos contemporáneos del contrato no hacen indicación alguna de que desaparece la mitad del acuerdo. La historia del contrato sexual es también una historia de la génesis del derecho político y explica por qué es legítimo el ejercicio del derecho –pero esta historia es una historia sobre el derecho político como derecho patriarcal o derecho sexual. El poder que los varones ejercen sobre las mujeres” (Carole Pateman, El contrato sexual, 1988).